EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

lunes, 20 de octubre de 2014

APENAS UNA HISTORIA INVENTADA?

Pedro era un tipo de esos que todos llaman un buen cristiano.
Era un alma caritativa.
Se preocupaba por su prójimo. Compartía su pan. Ayudaba a quien lo necesitara y estaba presto para dar una palabra de aliento y muchas veces algo más, pera que el otro pudiera levantar su cabeza y seguir adelante.
Se detenía a preguntar por qué alguien llevaba ese tipo de vida, indigente, y si era posible, hacer algo por él. Se preocupaba por lograrlo.
Todos los días se levantaba temprano, preparaba el desayuno para su familia, y se disponía para ir a trabajar.
Normalmente ya había algunos pordioseros instalados en las cercanías y él tenía preparadas las monedas que repartía dadivoso entre cada uno de ellos.
Sabía que había gente que no lo merecía, pero no le importaba, siempre el buen gesto, la ayuda, el pequeño empujón que cada uno esperaba. Y lo gracioso es que cada uno pedía pero nunca pensaba en dar ni un poco de sí mismo. Lo importante era recibir. Yo y solo yo.
Esa mañana caminó como siempre. Hoy tenía esperanzas de que algo cambiaría. Posiblemente alguien habría de reaccionar, se iba a dar cuenta que para recibir hay que dar.
Pero hasta ese momento todo pintaba igual… o peor, porque topó con un pequeño que nunca había visto. Su carita triste. Yo diría que hasta era feo. Desgarbado, sucio, mal entrazado.
Sin dudarlo se le acercó y con una sonrisa fue ganando su confianza.
Lo llevó al bar más cercano y le pidió un suculento desayuno. Le preguntó su nombre y lo interrogó sobre su familia. Se despidió de él prometiéndole que al día siguiente le iba a traer más cosas.
El sol apenas se desperezaba entre los edificios y las nubes, cuando Pedro ya se había levantado. 
Hoy sería un buen día.
Había preparado una bolsa con ropas en desuso pero en buen estado, algo de comida y hasta había agregado unos pesos a su billetera para cumplir con su promesa.
Lo encontró al niño, que parecía que lo estaba esperando. Cuando Pedro lo llamó, el pequeño le hizo una seña. Entendió que le pedía que lo siguiera.
Apuró el paso tratando de alcanzarlo pero el jovencito se movía con habilidad y rapidez. Lo condujo por una zona donde habitualmente no era transitada por nadie. Caminó casi haciendo equilibrio entre los charcos y se detuvo en un sector bajo la autopista. El chico se paró sobre una montaña de deshechos.
Pedro llegó jadeante. Se acercó sin pensarlo y le estiró la bolsa.
El golpe llegó cuando menos lo esperaba.
Dio entre la cabeza y los hombros con lo que quedó atontado. Perdió el equilibrio y cayó entre las aguas estancadas. El olor fétido le penetró como un taladro. Trató de levantarse y recibió un golpe en las costillas, del lado derecho que lo tumbó boca arriba. Alcanzó a ver al niño, que en cuclillas, lo miraba con indiferencia.
Trató de defenderse pero eran demasiados sus atacantes. Sí, alcanzó a identificar a muchos de los que el ayudaba todos los días.
Fue un ataque brutal. Lo despojaron de cuanta cosa de valor llevaba consigo y lo dejaron, por muerto, tendido en un charco que se mezclaba con la sangre que brotaba de la nariz y la boca.
Rápidamente desparecieron, silenciosamente, cada uno con su botín, cada uno para su guarida.
Luego de un tiempo, que Pedro no supo calcular cuánto, pudo recuperar algo de sus fuerzas y clamó por auxilio. Como era de esperarse nadie lo escuchó.
Se arrastró como pudo y llego a una calle por donde pasaban más individuos, apurados, para abordar los micros que los llevarían a sus respectivos trabajos.
Trató de pedir ayuda. La gente pasaba a su lado. La mayoría lo esquivaba y alguno, que lo miraba, ponía cara de desagrado, se apartaba y apuraba su paso.
Trató de hacer gestos hasta que quedó desfalleciente en medio del tránsito. Un pequeño hilo de sangre se fue acumulando sobre el asfalto. Después no supo nada más.
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Se despertó en el hospital. Lo habían vendado convenientemente. Tenía varios puntos de sutura y dos costillas facturadas.
Un policía se acercó y le preguntó los datos y absurdamente requirió si quería hacer la denuncia.
Pedro sonrió y con un movimiento de cabeza dijo que no. En ese momento sintió un dolor que le recorrió todo el cuerpo. Decidió tratar de no moverse en lo sucesivo.
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Días después fue dado de alta. Debía continuar con el reposo en su casa. Había salvado su vida por milagro. Preguntó quién había avisado. Le dijeron que habían recibido una llamada anónima en el 911.
Pedro sonrió. Agradeció la atención de todos y se marchó lentamente. Todavía persistían algunos dolores, en particular el de las costillas.
La familia lo estaba esperando con cara de reproche.
Lo ayudaron a bajar las escaleras y tomaron un taxi.
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Pedro se levantó como todos los días. Preparó el desayuno para su familia y se dispuso para ir a su trabajo.
Cuando salió, por el camino, fue encontrando una serie de “desposeídos” que clamaban por una ayuda. Pedro pasó por su lado y en un solo ademán, desde lejos, casi despectivamente, le arrojó a cada uno alguna moneda. Sonreía mientras pensaba “de cualquier manera siempre vas a estar peor que yo”.
Sabía que la ironía o el sarcasmo no servirían con estas personas. Su ignorancia las hacía inmune a este tipo de comentarios, pero no importaba, el germen estaba dentro suyo, el tiempo haría el resto. Lo único que le quedaba era esperar, pacientemente esperar…
Subió a su auto, encendió el reproductor de CD. Una música suave se unió al leve zumbido del aire acondicionado, a pesar de estar en primavera estaba comenzando a hacer calor, se colocó el cinturón de seguridad y partió sin apuro hacia su destino.

Hoy sería un buen día.



Nota: La primera imagen corresponde a una fotografía captada por Mirta en calle Lavalle. 
La segunda es un dibujo coloreado digitalmente. 

10 comentarios:

  1. Historia para meditar en lo de dar y recibir. .Muy bueno rl dibujo.

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  2. Vaya Alberto! Me golpeó tu historia. Algunos nos acostumbramos a dar sin recibir, sin esperar. Algunas veces los que dan reciben desprecio, en este caso, una paliza brutal. esto nos pone a un nivel muy bajo como humanidad., como raza, pero no puedo negarte que es cierto y que como dice Mirta, invita a una reflexión muy profunda.
    En mi caso la reflexión me lleva a pensar en como realmente podemos ayudar
    Un fuerte abrazo amigo

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  3. Gracias Amparo. Todo comienza por nosotros mismos. a veces mirarnos en el espejo y ver lo que la imagen nos devuelve, no la que imaginamos, es una manera de comenzar. Un comentario tuyo en mi blog tambien es una manera de iniciar el camino. Un cariño muy especial. Un beso enorme.

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  4. Dura y hermosa historia !,nos decian .."haz bien y no mires a quien...sigo pensando que hay buena gente en el mundo aunque los malos hagan más ruido,cuando haces el bien inundas tu alma...aunque la linea es muy fina...esto me confirma que no hay peor fiera que el ser humano !!,Pedro aprendió esa lección,me gustó mucho,un saludo !.

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    1. Haz bien y no mires a quien. ¡Que buena frase! Cuantas veces nos la han repetido. es cierto Pedro aprendió la lección. fue duro pero la aprendió. ¿O no? Gracias por tu comentario, es muy importante para mi.

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  5. Es una historia muy real, de una buena persona que no se merece lo que le paso. Pero no se le ve rencoroso, sino afianzado en sus valores. la buena gente sigue siendo buena gente a pesar de los duros golpes de la vida. Aunque hay que tomarse las cosa con mucha cautela. Fantastico relato Alberto, y muy buena instantanea de Mirta, "realidad en las calles". un saludo

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    1. Es cierto Carlos Javier, las buenas personas no cambian. Puede que se vuelvan más prudentes. ¿siempre? quien sabe. Gracias, muchas gracias por haberme leido y dejado tu comentario.

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  6. Hola Alberto, impresionante relato que da para pensar y mucho en el altruismo y en la reciprocidad. En le desagradecidas que pueden llegar a ser las personas y en las necesidades reales que cada uno tiene. En un caso como este, yo asemejo a los "tirados" con animales salvajes que ya han perdido su humanidad y se mueven por instinto, a lo mejor no hay nada que reprocharles porque ya no son nada más que carroñeros.
    Muy bien relatado.
    Un abrazo

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    1. Hola Juan G.C, coincido contigo en que no hay nada para reprocharles, sí hay que conocerlos. cuando uno camina por las calles o se desplaza en el auto puede llegar a notarse el odio que van construyendo cada vez que se humillan pidiendo, máxime cuando lo hacen desde chicos. Posiblemente sean así, ese sea su forma de vivir. fue lo que aprendieron. tal vez. No sé. Es nada más que una historia. Muchísimas gracias por leerla y dejarme tu comentario.

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