EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.
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domingo, 9 de octubre de 2016

LOS TÍTERES (Mi homenaje)



El primer paso es escoger una calabacita apropiada. Esa que usamos para hacer un mate.
Luego se cortan tiras de papel de diario y se ponen a remojar.
Con harina y agua se prepara el engrudo.
En el hueco del mate se coloca un tubo de cartón que sobresalga unos tres o cuatro cms del borde.
Capa por capa se cubre el mate con el papel húmedo y embardunado con el engrudo y se lo extiende hasta el tubo de cartón.
Con el mismo papel, pero ya amasado y transformado en una especie de pasta se arman los rasgos que uno pretende en la cara. La nariz, las cejas, los párpados que van a dejar el espacio para los ojos, los pómulos y los labios. En la parte inferior se hace un pequeño reborde, como para que no se deslice el futuro vestido.
Se lo deja secar y con témpera o acrílico se lo pinta. Las cejas oscuras, los pómulos rosados o rojos, los ojos blancos y luego el centro con el color elegido.
Finalmente se le pega el cabello, los bigotes y la barba, si el personaje lo requiere, y hasta pueden colocarse en los ojos alguna piedra o botón que lo haga resaltar.
Finalmente se tomará una tela y se cortarán dos partes iguales. Un rectángulo largo y levemente ancho. En uno de los extremos dos rectángulos, uno a cada lado más cortos, hacia los lados y en ese mismo extremo, pero en la punta, un rectángulo pequeño. Se cose en el borde. Dejando libre los extremos de las rectángulos laterales y el del extremo y el opuesto de la parte gruesa.
Se da vuelta  como si fuera una media. En el extremo de los pequeños rectángulos se cosen las que van a ser las manos, hechas con tela de color rosa o blanca. Por el extremo del rectángulo superior se introduce la parte que corresponde al tubo y se lo ajusta. El reborde no permite que se salga.
La mano se introduce por la abertura grande, el dedo índice va en el tubo, para mover la cabeza, el pulgar en uno de los cilindros, sería el brazo izquierdo y el medio en el otro, o sea el derecho. 
Ya tenemos un títere de guante
En otra oportunidad les voy a contar como se hace el teatro, aunque yo he podido ver al más grande de los titiriteros de la Argentina, Maese Javier Villafañe, improvisar uno con una simple frazada, porque la magia estaba en sus manos y sus palabras, más allá de cualquier escenario.
La marioneta o títere de varilla son otra cosa y también les enseñaré como se hacen. Pero nunca fueron los nuestros. Los poetas trashumantes, que iban de pueblo en pueblo, usaban títeres de guante. Todo lo demás era para la gilada, como tantas cosas en el arte.
Hagamos la salvedad que había compañías de marionetas internacionales, como los Puppi de Podreca, que eran maravillosos y que hacían representaciones espectaculares. Pero eso eran situaciones especiales.
Siendo pequeño conocí a Sara Bianchi y Mané Bernardo, ya en ese entonces tenían en mente crear el museo de títeres. Al igual que mi padre muchos nunca le enviaron alguno de sus muñecos para ese fin y por ello hoy no figuran. Pero eso no quita que deberían tener un espacio que los recuerde porque fueron los que alimentaron la profesión de titiritero. No eran los cajetillas que se movían cómodamente en Buenos Aires. Eran los que recorrían los caminos de los diferentes pueblos, sin detenerse demasiado en ningún lugar, haciendo amigos transitorios en cada sitio, dándoles ese color romántico a los magos de los muñecos, que a veces eran la única expresión de libertad que se filtraba entre las rejas de los dictadores.
En un papelito pequeñito, que muy pocos leen, se recuerda a los hermanos Di Mauro. Ni se menciona a Pepe Ruiz, que con su teatro del Tío Pepe, seguía los pasos del más grande de todos, el heredero directo de los Títeres de Cachiporra de Federico García Lorca, que con su carreta, llamada “La andariega”, con su infaltable mameluco, su barba y su panza, el enorme Javier Villafañe, llevó la alegría y el mensaje titiretil a los rincones más alejados de nuestra América.
Es una pena que lo que debiera ser un reservorio de la memoria para aquellos que no vivieron ese maravilloso mundo no los tenga en cuenta y se regodeen en la actividad de algunos que se movieron en la comodidad de su capacidad diplomática o política. Pero así es la vida.
Sin embargo la memoria no muere, la llama se mantiene viva en todos aquellos que alguna vez se entusiasmaron y gritaron frente a esa ventanita donde, se abría el cortinado, para acceder a un mundo de fantasía y de arte.
Los que tuvimos la suerte de ver, como yo, a los presos de la cárcel de Azul, entusiasmarse  con los títeres de Javier, con su teatro del Paraguas, no pueden olvidar ese mundo de maravillas.
Y no puedo dejar de rendir mi homenaje a los Títeres Cololem (Colonna-Lembi). Pionero en muchas de las técnicas, que sorprendían y copiaban todos aquellos que visitaban mi casa o con los que nos encontrábamos en el olvidado Festival de los Niños en Necochea.
Y permítanme que, inmodestamente, agregue aquí al teatrillo Colosan (Colonna-Sanguinetti) que con mi amigo/hermano Néstor Sanguinetti animábamos permanentemente las fiestas familiares.
La visita al Museo Argentino del Títere, movió muchas cosas dentro de mí. No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Es una pena que solo sea un muestrario de algunas cosas y no de las más importantes, pero como siempre le digo a Mirta, “uno es más que cero”.


domingo, 26 de junio de 2016

A PROPÓSITO DE LA INDEPENDENCIA

Voy a tratar de ser sintético.

Hace muy poco estuvimos en la Esquina de Homero Manzi, uno de los bares notables del barrio de Boedo. Precisamente está en la intersección de las avenidas San juan y Boedo. El Club San Lorenzo de Almagro, en realidad se lo conoce por el “Ciclón de Boedo”. Boedo es una larga avenida que se prolonga hasta el histórico barrio de Pompeya.

Mariano Boedo.jpg¿Alguien se ha preguntado que o quien era Boedo?

Mariano Joaquín Boedo (Salta, 25 de Julio de 1782 – Buenos Aires, 9 de Abril de 1819) fue un abogado y político argentino, diputado por Salta en el Congreso de Tucumán de 1816.
Fue secretario de la Real Audiencia de Buenos Aires y amigo de Mariano Moreno.
Junto con José Moldes y José Ignacio de Gorriti fue designado diputado por Salta al mencionado Congreso de Tucumán. Siendo designado vicepresidente el 1 de julio de 1816, firmó como tal la declaración de la Independencia el 9 de Julio de ese año. 
Todos recordamos a Francisco Narciso Laprida, quien fuera el presidente en aquella fecha histórica en que, por fin, se declaró nuestra independencia.
Pues bien. Nunca nos enseñaron que el vicepresidente fue Mariano Joaquín Boedo, ese del barrio de tango o del club famoso.
En esta fecha histórica de los 200 años de la declaración de nuestra Independencia mi saludo de argentino para todos aquellos hombres, perdidos en el olvido de un pueblo extremadamente ingrato y hasta, a veces, irrespetuoso.

miércoles, 13 de enero de 2016

UNA HISTORIA REAL (para meditar)

La sala de espera estaba llena. La mayoría eran personas mayores que son las que habitualmente presentan los mayores problemas visuales. Conversaban animadamente o leían las viejas y tradicionales revistas de las salas de espera.
De pronto se abre la puerta y entra un hombre, mayor, con ropas de trabajador, que sangraba profusamente. Traía un pañuelo apretado contra su mentón empapado en el rojo elemento.
Inmediatamente varios se hicieron cargo del problema y corrieron a socorrerlo. Una de las secretarias nos avisó e inmediatamente dejamos el consultorio para ir a ver qué pasaba.
El personal ya lo había llevado para el pequeño quirófano que se utilizaba para este tipo de intervenciones, supuestamente ambulatorias.
Allí estaba el hombre, acostado en la camilla. Le habían limpiado una herida cortante que le recorría toda la punta del mentón. Seguía sangrando.
Nos contó que se había caído y había golpeado con esa parte de la cara.
Revisamos el lugar y decidimos que hacía falta realizar una sutura.
Hagamos la salvedad que era un consultorio oftalmológico y lo único que teníamos era sutura muy delgada. La más gruesa era la que usábamos para el estrabismo. Podía llegar a servirnos.
Me encargué yo del asunto. Un buen avón de anestesia y luego la aplicación de varios puntos de sutura. Lo más próximo entre ellos como para que hicieran la fuerza adecuada y de paso quedara la menor cicatriz visible. Dentro de lo posible fue un buen trabajo. Posteriormente un vendaje compresivo. La pregunta clásica ¿Cómo se siente? El hombre era fuerte e inmediatamente estuvo de pie.
Dio las gracias, saludó, agradeció de pasada a los que estaban en la sala de espera y salió.
No habrían pasado mas de cinco minutos cuando se abre de nuevo la puerta y el hombre reaparece, otra vez sangrando.
Y aquí es donde viene la historia. La gente se levantó enfervorizada.
-          ¿Eh, que se cree usted, que esto es una clínica general? –
-          Esto es el consultorio de un oculista… No tiene nada que hacer aquí –
-          ¿Por qué no se va a otro lado? ¿No ve que nos hace perder tiempo?
-          ¿Que es lo que se cree… que puede entrar y salir cuando se le antoje?
Algunos ya se habían levantado para impedirle el paso, otros querían echarlo.
El hombre, sangrando, los miraba sorprendido… no entendía lo que sucedía…
Claro, en ese momento aparece una de las secretarias y mirando a los exaltados pacientes les dice.
-          ¡Es el  padre de la doctora! –
Efectivamente, se trataba de mi suegro, que estaba trabajando en casa y cuando se cayó y se lastimó el mentón lo primero que pensó fue en venirse al consultorio de sus hijos para que ellos lo curaran. Evidentemente el hilo usado para suturar no había sido lo suficientemente fuerte y la herida se había vuelto a abrir.
Todos se calmaron como por arte de magia. Cerraron su boca, frenaron su actitud beligerante y no volvieron a abrirla hasta que fueron llamados.
Por suerte yo, en ese momento, estaba atendiendo a la esposa de un médico traumatólogo de una clínica cercana, lo llamó, el hombre se vino con todos los elementos necesarios, le hizo una sutura adecuada y cerró la herida sin problemas.
Mientras mi colega trabajaba en el quirófano, nosotros continuamos atendiendo de modo que nadie se impacientara, con lo que quedaron todos tranquilos  ya que sus turnos no habían sido alterados. Y mi suegro pudo retirarse sin problemas.
Fue un aprendizaje extremadamente interesante. Somos todos buenos mientras no se afecten nuestros intereses. El pobre viejito aun con una herida sangrante iba a ser echado porque les hacía perder el tiempo. Pero dejó de ser un individuo molesto cuando adquirió el estatus de padre de la doctora.
Nunca llegaron a entender que nosotros habíamos estudiado medicina  porque nos gustaba, porque teníamos el afán de ayudar a quien fuera, que vivíamos de eso, era nuestro trabajo, pero reconocíamos un solo tipo de paciente, el ser humano sin distinciones.
Nunca lo hice, pero tenía ganas de poner una tabla en la que mostraba que los que tenían los prepagos más caros no eran los que más nos pagaban, muy por el contrario estaban por debajo de los pacientes privados y los jubilados. Se pavoneaban mostrando una credencial que solo demostraba que eran más tontos que el resto.
Pero tantos los unos como los otros eran absolutamente hipócritas. Muchos de ellos les daban monedas a los pobres en la estación o llevaban ropa a la iglesia o los geriátricos, pero frente a un individuo igual que ellos, herido, sangrando, no eran capaces de perder un minuto de su valiosísimo tiempo.

Decía un viejo refrán italiano: Piano, piano, si va lontano e forte, forte si va a la morte.

jueves, 26 de noviembre de 2015

¿QUE ES ESO PAPÁ?

      ¿QUÉ ES ESO PAPÁ?               
-       
¿Qué es eso papá? -  pregunté. Un rollo de color pardo de algo que parecía una tela se estiraba a lo largo de la galería que en ese entonces tenía mi casa.
-      - Es un telón que me lo dejó Pepe Ruiz… me pidió que lo guardara y como yo tengo que viajar a Buenos Aires, quedamos en que yo se lo llevaría a Barletta, en el Teatro del Pueblo – me explicó, mi padre, con un dejo de satisfacción.
A Pepe Ruiz, a mis 7 años, ya lo conocía. Un titiritero de maravilla que recorría permanentemente el país con su teatrillo "El Teatro del Tio Pepe", siguiendo el camino que inició García Lorca y que luego continuara el increíble Javier Villafañe. Era la época en que el arte, que la izquierda siempre ha promocionado, se escondía en los inadvertidos teatros de títeres.
Al que no conocía era a Leónidas Barletta y su mítico Teatro del Pueblo. Lo sabía de nombre, pero que mi padre fuera a llevarle el telón y, posteriormente, cuando me contó sus charlas con tremendo personaje, me hacían volar, me llenaban de orgullo. Prócer no es un señor con traje de militar, luchando batallas o envuelto en una bandera. Prócer es aquel individuo que lucha por sus convicciones con las armas del intelecto, de la capacidad personal, del esfuerzo dentro de una sociedad que propone ideas diferentes. No tolero a aquellos que tratan de imponer sus ideas por la fuerza, con la absoluta falta de respeto al pensamiento de sus semejantes.
Voy a transcribir lo poquito que cuenta Wikipedia, del más grande impulsor del teatro independiente, ese al que estoy concurriendo tan a menudo, y que forman el basamento del teatro grande que, alguna vez, fuera el orgullo de nuestro país.
“Leónidas Barletta (Buenos Aires, 30 de agosto de 1902 - 15 de marzo de 1975) fue un escritor, periodista y dramaturgo argentino.
Fue una figura de la izquierda independiente argentina. En 1930 abrió sus puertas el Teatro Del Pueblo y Barletta fue su director desde el 20 de marzo de 1931 y hasta su muerte. Era incluso conocido como el hombre de la campana debido a que salía con una campana a llamar al público, gritando: "Función, función...".
Por pedido de Barletta fue que Roberto Arlt se acercó al Teatro del Pueblo, lugar donde estrenaría casi todas sus obras teatrales, tales como Trescientos millones, Saverio, el cruel y La isla desierta.”
Y ¿a qué viene todo esto?
Es que el lunes pasado concurrí al Teatro del Pueblo, que ha sido rehabilitado, a ver “300 millones”, una de las obras que el incomparable Roberto Arlt estrenara en esa misma sala.
Y permítanme que hoy no haga la crítica de la representación, nada más déjenme volver a mis siete añitos y preguntar:

-                ¿Qué es eso papá? –


miércoles, 15 de julio de 2015

LA VERDAD DE LAS COSAS V

Voy a contar una historia. Una historia real. Una historia que atañe a todo el mundo pero que pocos conocen por ignorancia o por mala información.
Hace unos cuantos años atrás el médico fisiólogo y premio Nobel, Bernardo Houssay, escribía en su libro sobre fisiología humana. Hay dos tipos de colesterol. El endógeno y el exógeno. El que el organismo produce y el que ingresa al organismo a través de la dieta. Hay un balance entre ambos para mantener valores estables de este lípido imprescindible para una cantidad de funciones fundamentales para el buen funcionamiento del organismo, de manera que sus valores se mantengan estables.
Hace cuarenta años un médico y fisiólogo japonés determinó que los niveles de colesterol en el organismo no incidían en ninguna patología, sino que una alteración en la pared de las arterias hacía que este lípido entrara en su espesor y allí quedara atrapado. Su transporte hacia los tejidos no podía realizarse por una falla enzimática o del proceso químico, lo que hacía que se formaran los temibles ateromas, que eran los culpables de las obstrucciones vasculares.
Los laboratorios nunca pudieron encontrar un medicamento que resolviera este inconveniente pero si lograron drogas que disminuían el colesterol en la sangre. Frente al conocimiento que ya teníamos era evidente que esto siempre fue un absurdo, pero también descubrieron que era un negocio extremadamente productivo y dirigieron toda su publicidad a hacer creer que el colesterol era el gran enemigo. Tanto hicieron que hasta convencieron a los médicos de que esto era así y, de esta manera, consiguieron los efectores más perfectos para sus planes.
Hace diez años atrás yo padecí de un evento cardiológico, en buen cristiano esto significa que tuve un infarto en el miocardio. Yo hice el diagnóstico y recurrí a los especialistas para mi adecuado tratamiento. Me salvaron la vida porque, dos días después, el infarto me produjo un bloqueo aurículo ventricular con lo que mi corazón fue latiendo cada vez más lentamente hasta llegar a los 20 latidos por minuto. Consiguieron revertir el cuadro y desde entonces, hasta la fecha, no he vuelto a tener ningún tipo de sintomatología y desde, el punto de vista científico, los exámenes han dado una recuperación perfecta.
Pero es aquí donde viene lo tragicómico de la situación. En primer lugar digamos que he sido atendido por un número bastante considerable de colegas que tomaron sus decisiones. Mientras estuve internado me hicieron más de una historia clínica y fui interrogado varias veces por los residentes, o sea aquellos que están aprendiendo a actuar como médicos de una especialidad y tienen bien frescos los conocimientos que les impartieron en la facultad. Ninguno, ni los unos o los otros, realizaron la anamnesis con la minuciosidad o la profesionalidad debida.
Hete aquí que siempre he cumplido con las normas médicas que yo mismo solicitaba a mis pacientes y constantemente me he realizado controles de laboratorio periódicos. Nunca tuve niveles elevados de colesterol. La relación LDL/Colesterol total dio siempre valores fuera de riesgo. El peso, que en ese momento tenía, estaba totalmente de acuerdo a mi altura, de acuerdo a las reglas médicas (totalmente erróneas, pero vigentes), y con mi esposa, caminábamos entre ocho a diez kilómetros, tres veces por semana. Más aún, como frente al estrés de la cirugía había notado una levísima tendencia a un incremento de los valores de la tensión arterial, decidí, por mi cuenta, realizar un electrocardiograma de esfuerzo, que dio como resultado una total normalidad y sin riesgos de isquemia posibles.
Consecuencia, nadie pudo explicar el motivo de mi infarto. Lo atribuyeron a demasiado trabajo, al estrés de mi actividad (el infarto se produjo justo cuando iniciaba las vacaciones) y me mandaron a que disminuyera todo tipo de ingesta de colesterol y hasta me medicaron para ese fin. (¿?)
Estando internado descubrí una realidad que no había experimentado ni me lo habían enseñado en tantos años de médico. Hay una gran mayoría que habrán observado, y protestado, lo que es la comida de hospital. Mi razonamiento fue diferente. Aquí estoy para resolver mi problema. Si esto es lo que me traen para comer quiere decir que esto es lo correcto. Indudablemente yo estoy comiendo mal, fundamentalmente en cantidades inadecuadas. Cuando me dieron el alta decidí seguir con la misma conducta. No me costó demasiado trabajo y, al margen de comer sin sal, sin alimentos con grasas, y en una cantidad adecuada adelgacé quince kilos en un tiempo relativamente rápido y descubrí que había vuelto al peso que yo tenía cuando mi edad era de 25 años. Con lo que descubrí dos cosas fundamentales. Una: No es cierto que con la edad uno deba incrementar su peso. Dos: Que manejamos muy mal la comida, la transformamos en un centro que no debe ser y que su función es solamente mantenernos con salud y sin hambre. Nuestra metas tienen que esta dirigidas hacia otros universos.
La sorpresa fue cuando realicé los análisis que hacía de rutina y encontré que mi colesterol había descendido a valores alarmantes, estaba en lo que se conoce como una hipocolesterolemia, que también es una patología y que no es buena de ninguna manera. Cuando lo comenté con el especialista insistió en continuar con la medicación. Como voy al médico para hacerle caso y no hacerle perder su preciado tiempo, decidí aumentar mi dieta grasa, de allí las porciones de torta que me suelen ver comer. Lo que no saben es que es la única porción, el resto de la comida sigue siendo la misma, la cantidad otro tanto y el ejercicio, la caminata, exactamente igual. Con lo que llegamos a la tercera conclusión: haciendo bien las cosas se puede comer el régimen rico y variado sin ningún inconveniente. Aclaro que desde el 2005 a la fecha, estoy exactamente en el mismo peso.
Pero lo interesante es que nadie supo nunca el porqué de mi infarto. Cuando me hacían la historia clínica quedaban mirándome sin entender que era lo que había sucedido. Y lo que es peor, nunca se preguntaron en que se estaban equivocando. Yo si lo sabía pero dejé que lo descubrieran por sus propios medios, cosa que hasta este momento nadie ha hecho.
Pocos saben que muchos de los accidentes vasculares obstructivos, cardíacos, cerebrales, pulmonares, mesentéricos, etc., no tienen relación alguna con el colesterol sino con placas de calcio que se depositan en las paredes de las arterias y allí permanecen sin traer problemas hasta que alguien las sacuda, las rompa o se desprendan y así vayan a ocluir arterias más pequeñas.
Y eso fue lo que me ocurrió. La mayoría de mis arterias están calcificadas (lo dijo el médico que me hizo la arteriografía y al que nadie escuchó) y la taquicardia que me produjo la epinefrina de tres anestesias odontológica continuadas que se me había practicado dos días antes. Las dos cosas, azarosamente unidas, fueron las causantes del episodio que lógicamente tenía que ocurrir. Nadie preguntó sobre ese punto. Está en el protocolo del interrogatorio, pero se lo saltaron olímpicamente y nunca nadie volvió a preguntar dando, por descontado, que era el perseguido y malhadado colesterol, el malo de la película, y que, en realidad, es el “perejil” de la historia. El pobre colesterol cumple su función lo mejor que puede, mantiene el equilibrio que el organismo necesita y sufre una persecución implacable sin pensar en el daño que se está produciendo, por conveniencia de los benditos laboratorios, que nos contaron el cuento de caperucita roja y nosotros lo creímos a pie juntillas.
¿Por qué ocurre todo esto? Simplemente por la medicina “fast” que estamos practicando. Y esto es por la enseñanza “fast” que brindamos a nuestros jóvenes desde la escuela primaria hasta la universitaria. ¿Estimulamos el pensamiento, el razonamiento, la curiosidad? Por supuesto que no. las cosas son y no se discuten.
Lo primero que aprendí cuando inicié mi carrera fue que “no existe la ley de autoridad”. Porque lo haya dicho quien lo haya dicho, por más laureles que tenga, no tiene por qué ser cierto. Siempre hay que plantearse la duda. Siempre hay que darse la alternativa a descubrir una ruta diferente. Eso es lo que hace a esos individuos que marcan la diferencia. Porque los hay, por suerte genéticamente todavía quedan seres humanos que tratan de pensar, que no se conforman con lo que le dicen, que no se amilanan ante las medallas que luce un individuo sobre su fastuoso pecho. La historia nos ha enseñado que las verdades de hoy son las mentiras de mañana.

Ojalá hubiera muchos que se detuvieran, tan siquiera un momento, a pensar en lo que están haciendo y lo que están logrando. Poderoso caballero es don dinero… ¿Pero hasta dónde?... Hace mucho tiempo se dio una película, de la época del neorrealismo italiano, que se llamó “Bisturí, mafia blanca”. Y en el final el médico, que se había dedicado a lucrar indecentemente con su profesión, descubre que está enfermo. Angustiado habla por teléfono con su madre y le dice: “¡Mamá… estoy enfermo!”, a lo que la madre le responde “Hijo, con el dinero que tú tienes puedes hacerte atender por el mejor”. Y entonces el exclama: “Si… ¿Pero con quién?”.

martes, 14 de julio de 2015

LA VERDAD DE LAS COSAS IV

 

 Aprendí medicina a la vieja usanza. En realidad esto es una falacia porque la ciencia médica siempre ha sido una y los conceptos básicos no pueden cambiarse aunque la tecnología evolucione y el tiempo vaya pasando.
La observación del paciente, entenderlo como un todo donde cualquier enfermedad va a dar múltiples signos y síntomas que el médico va a poder observar. El interrogatorio exhaustivo para conocer las características de la enfermedad, los antecedentes familiares que pueden dar una orientación cierta, sus antecedentes personales que definen posibilidades patológicas. La lectura detallada de los valores de las pruebas de laboratorio, que se complementan, y ayudan a sumar a la sintomatología invocada. Y hoy, la observación minuciosa de los distintostipos de estudios que se le pueden solicitar, guiados por todo lo anterior, hacen que la posibilidad de diagnóstico sea mucho más certera y se facilite, con lo que se agiliza el tratamiento y la cura, cuando esta es posible.
Todo eso, en cualquier especialidad que sea, lleva un tiempo que no puede obviarse. Se ha establecido que una consulta no puede durar menos de media hora, lo que es algo lógico. Y si se presta atención dice no menos pero no dice cuanto más.
Los sistemas actuales han ido reemplazando al médico por lo que yo llamo técnicos de la medicina. Individuos que en quince minutos o menos tienen que “sacar “ al paciente. Y alguien que daba una charla, hace unos días, decía: “al menos te dan un diagnóstico”. ¿Es eso cierto? En algunos pocos casos si. En una mayoría o dan un mal diagnóstico o derivan al paciente hacia un especialista que no ve más allá de que lo que es su especialidad y que recibirá al enfermo después que su enfermedad ya haya avanzado, según cuanto sea la demora en conseguir el turno.
Cuando fui estudiante nos enseñaron que el 70% de las enfermedades tienen un componente sicológico. El enfermo entra al consultorio con temor, con la angustia de no saber que le van a decir. La primera función del médico es manejarle esa angustia. Hacerle sentir que a partir de ese momento frente a él hay alguien que se va a preocupar por su problema y va a hacer todo lo posible por ayudarlo. ¿Cuánto tiempo lleva eso? ¿Se puede medir en la unidad de tiempo o debe mensurarse en relación a la necesidad individual de cada paciente?
Todo eso es lo que nos enseñaron y le enseñan a los médicos en la actualidad. Es muy bonito, lástima que choca con la realidad. Cuando el joven pasa de ser un estudiante avanzado a un médico recién recibido, se ve obligado a trabajar para alguna empresa prestadora de atención médica y cuya única finalidad es la económica. Obligan a aquel que se inicia a atender cuarenta pacientes en una hora, cosa que resulta imposible, salvo que ni siquiera salude a la víctima, no la haga sentar, no la revise y la medique con lo que le parece, según la respuesta a una o dos preguntas que le hace a gran velocidad. Algunos tratan de escapar por el lado de la cirugía, suponiendo que el cirujano opera y no tiene relación alguna con el paciente. Nada más falso. En un conocido hospital público, destinado a la cirugía, el primer paciente que operaron por una apendicitis, en realidad padecía de una inflamación del ciego y le quitaron el apéndice sin ninguna necesidad.
Podría seguir hablando, y mucho, de la actividad médica, de su obligación del conocimiento farmacológico de los productos que usa o de los que está usando su ocasional paciente, de su perfeccionamiento permanente y actualización obligatoria, etc., pero, en realidad, quiero referirme a algo mucho peor. Algo mucho más grave. El paciente. El paciente y su increíble ignorancia.
Habitualmente, ya que hay excepciones, el paciente padece de una enfermedad común que es la ignorancia y la soberbia. Unos más que otros, pero al fin, podría decir que todos caen en la misma bolsa.
Normalmente cuando llegan a la sala de espera preguntan cuánto les falta. Si el tiempo a esperar es mucho protestan sistemáticamente, pero si encima el médico tarda en la consulta lo que menos hacen es preguntar si está operando. Comienza el zum-zum suavemente y termina generalizándose la protesta en la sala de espera. Cuando entran a la consulta posiblemente tarden lo mismo que el anterior y se irán felices de que encontraron un médico que los atendió como corresponde, cumpliendo con todos los pasos que la medicina enseña. Sin embargo muchos no habrán de volver a la consulta. “No.. es que tarda demasiado… y para hacer un par de anteojos o una conjuntivitis me voy a cualquier lado… ahora si el problema es serio, entonces si… vuelvo”. “Yo soy de la obra social Pirulo… y no tengo por qué esperar tanto” creen que por que tienen un Prepago caro tienen más derecho que cualquier otro ser humano. La medicina no sabe de diferencias. Todos son iguales y tienen el mismo derecho a ser bien atendidos. Por otra parte mucho de esos privilegiados que pueden pagar prepagos “alta gama” no saben que su obra social le paga menos al médico que un paciente particular o uno que sea de PAMI. Y lo que es peor discuten, porque ya se han leído todas las malas informaciones de Internet, cualquier medicamento que uno puede indicarle. Además, se automedican como si la carrera de medicina fuera tan fácil que se puede aprender en un artículo de una revista de modas.
Lo más interesante es que a muchos de ellos los vamos a encontrar esperando su turno para comer en algún restaurante de moda o  haciendo la cola en un banco sin protestar ni decir palabra alguna. ¿Puede ser posible que para comer algo, que posiblemente les haga daño, son capaces de esperar todo el tiempo que haga falta y para hacerse atender por el médico que les puede salvar la vida protesten con entusiasmo digno de mejores causas?
Hoy estamos frente al mundo “fast”. Comida rápida, pago por cajeros, autoservicios, y hasta medicina “fast”. “Al menos te dan un diagnóstico”.
Por suerte siguiendo nuestra línea de conducta, respetuosamente, sin esperar a que nos descarten por viejos, mi esposa y yo nos hemos retirado. Ya no ejercemos esa medicina, que nuestros maestros nos enseñaron y que pusimos al servicio de nuestros pacientes por cuarenta años.
Lo único que nos preocupa, en la actualidad, es que estos “técnicos médicos” son los que nos van a tener que atender a nosotros, en un futuro no muy lejano.


martes, 12 de mayo de 2015

A PESAR DE TODO (11 DE MAYO DIA DEL HIMNO NACIONAL ARGENTINO)

Mariquita Sánchez de Tompson, Vicente López y Planes y Blás Parera


A pesar de todo, y de todos, los símbolos argentinos siguen siéndolo y nos identifican. Los que amamos a nuestro país los llevamos muy junto a nuestro corazón. Los avatares sociales, políticos, sectoriales, han ido tratando de borrarlos de nuestro recuerdo, pero para aquellos, que hemos abrevado en la historia, en la gloriosa historia de los prohombres que intentaron la patria, los símbolos nos representan, nos reemplazan, se mimetizan con nosotros y se transforman en cada uno, para ir más allá de los tiempos y los hombres. Hace algún tiempo, cuando mi hijo era pequeño, casi como al descuido, en su colegio, se recordó el día del Himno Nacional. El profesor de música contó una pequeña historia que guardé junto a mi corazón, como esa joyitas que tienen más que el valor de la joya misma, el enorme valor del sentimeinto. Hoy quiero compartirla con ustedes: 
El político y poeta Vicente López y Planes, imbuido de su fervor patriótico, escribió un poema ardiente, apasionado, agresivo, pero que dejaba bien a las claras el sentimiento de los hombres que estaban luchando por hacer un nuevo país. El músico español Blás Parera, le puso la música transformándolo en un himno solemne, que enardecía los espíritus. Una mujer, una increíble y valiente mujer, que fue capaz de desafiar a la sociedad porteña, que se adelantó en un siglo, o más, a las ideas progresistas, Mariquita Sánchez de Tompson, en su casa, de Florida 271, realizó la tertulia en la que habría de cantarse por primera vez esta composición (Les dejo una canción del increíble Felix Luna, con música de Ariel Ramírez y la inigualable voz de Mercedes Sosa, que narra ese momento contado por una "china del bajo", o sea una criolla del pueblo, que mira desde una ventana a los señores reunidos en torno a un piano) 

Posteriormente ese himno fue adoptado por el entonces gobierno nacional. La Asamblea General Constituyente, lo proclamó el 11 de Mayo de 1813, como “Marcha patriótica”. Vicente López siguió su camino en la política y Blas Parera, tiempo después, volvió, junto con su familia, a España, en donde se pierden sus rastros. Pero aquí viene lo interesante. Durante el gobierno de la provincia de Buenos Aires (Indirectamente de todo el país) de Juan Manuel de Rosas (1930/1952), este himno o Marcha Patriótica, fue dejada totalmente en el olvido. La idea de Rosas era que aún no estábamos en condiciones de conformar un país y por lo tanto no era conveniente tener símbolos o nada que nos identificara como tales. Sospechosamente el archivo, donde se guardaba el original, sufrió un incendio y todo recuerdo de él se perdió definitivamente. Cuando Rosas es derrotado y se comienza a tratar de reconstituir el sueño original. Se dicta una Constitución y también se recuperan los símbolos nacionales. Reaparece la bandera celeste y blanca con el sol en el centro, la escarapela también celeste y blanca, el escudo nacional enmarcado por ramas de laureles, un gorro frigio y un sol naciente, pero el himno ha desaparecido. No quedan rastros de su música, la letra puede llegar a encontrarse algún manuscrito guardado, pero la partitura murió con el incendio. 

Se recurre, entonces, al músico que en ese momento estaba en la cresta de la ola: Pedro Esnaola. Este hombre entiende la importancia del encargo y comienza un trabajo de reconstrucción e investigación que lo lleva a rearmar la partitura de la Marcha Patriótica que pasa a llamarse Himno Nacional. Es, de esta manera, que lo que hoy reconocemos como Himno Nacional Argentino, es la versión de Pedro Esnaola, sin tener la certeza de cuánto hay de aquel que, el 11 de Mayo, se declaró como nuestra canción representativa. Posteriormente, por una cuestión de buenas relaciones internacionales, durante el gobierno del Presidente Roca, en 1890, se decide que oficialmente se habrán de cantar solo las dos cuartetas y el estribillo en los actos oficiales así como en las fiestas colegiales. Si uno busca en Wikipedia puede leer una versión diferente a esta. Lo mismo ocurre si se investigan otros autores. Esta es una historia que yo recogí, sorprendido y emocionado, en un acto recordatorio del día del Himno, relatado por un profesor de música, para un grupo de chicos que no creo llegaran a entender mucho su significado y para mí, que era el único padre que se había quedado a presenciar el acto. Hoy ya no solo no se canta el himno, o se lo hace muy pocas veces, sino que se corea la introducción colocando una mano en el pecho, imitando el gesto de los Estados Unidos. Lo hace hasta nuestra presidente, sin tener en cuenta que el protocolo indica que nuestra canción patria, que nuestro símbolo musical, debe cantarse en actitud decorosa y con los brazos a ambos lados del cuerpo en señal de respeto. 
En fin, debe ser que la vida cambia y esto no es más que cosas de viejo.

sábado, 28 de marzo de 2015

"LA BESTIA" ISABEL MUÑOZ

Hoy voy a hacer algo distinto. Visité una muestra de Isabel Muñoz, "La bestia" y quedé impresionado. Esta increíble fotógrafa gráfica española muestra de una forma inconfundible un mundo que desconocemos los habitantes de la gran ciudad, de los lugares todavía mansos y tranquilos donde el confort acalla los sonidos que golpean tratando de entrar en nuestras vidas y nuestras conciencias.Un relato en imágenes descarnado de las cosas que ocurren en nuestros hermanos paises de El Salvador y Guatemala, su tránsito por el Mexico que no conocemos los descansados turistas. Y como las fotos expuestas son tan formidables y los textos tan impactantes voy a dejar que ellos le cuenten su historia. Yo, sinceramente, no me creo capaz.





























Dos aclaraciones importantes: La primera es que esto no es la totalidad de la muestra. Aconsejo a todos aquellos que puedan verla personalmente que no se la pierdan. En el Centro cultural Recoleta está en un lateral de la sala Cronopios y puede pasar desapercibida. La segunda es que las fotos que yo tomé tienen defectos por los brillos de la iluminación, pero creo que alcanza para dar una idea de lo que esta muestra significa.


lunes, 3 de noviembre de 2014

CUANDO LA MUJER NO ES UN SER HUMANO

La mujer siempre ha luchado por sus derechos. Intereses de todo tipo, incluso de ellas mismas, hicieron que ocupara un lugar secundario en el reconocimiento de la sociedad.
Es en el siglo pasado que la lucha por ocupar un lugar como ser humano inteligente comienza a tomar forma, pero en la segunda mitad de ese increíble siglo XX, se inicia la gran revolución.
Las guerras que obligaron a las mujeres a tomar las riendas de su hogar y comprobaron que podían y la capacidad visionaria de muchos personajes (Mary Quant, Courrege, etc) hicieron que las jóvenes de entonces comenzaran a desafiar los convencionalismos y iniciaran un tiempo sin retorno.
Has recorrido un largo camino muchacha, rezaba el slogan de un cigarrillo, que más allá de que no estoy de acuerdo con los fumadores, definía muy claramente la lucha de todas, creciendo, madurando, aprendiendo a ser.
Recuerdo a una joven rebelde con la que discutía hasta donde debía llegar su pollera, y más allá de mis protestas la falda seguía subiendo totalmente desafiante. Tengo una foto de mi compañera de toda la vida, tomando agua de un grifo de plaza, con la cartera colgando hacia atrás para que no se le viera más de lo conveniente.
Recuerdo cuando caminábamos por algunos pueblos del interior y se daban vuelta o le decían cosas por utilizar un top, con los hombros y la cintura descubierta.

Me rio cuando se me presenta la imagen del grupo de chicas en minishort, los maxitapados que se abrían y dejaban asombrado al ascensorista del hospital, que no comprendía a dónde íbamos a parar si esas eran las futuras médicas.
Quedó para la anécdota cuando un profesor de Medicina Legal, absolutamente retrógrado como suelen ser los que se dedican a esta especialidad, hablaba enfáticamente de exhibicionismo, y mi mujer (entonces novia) trataba de disimular la mini que traía puesta tapándose con los libros.
Esa generación tozuda pero sana, fue la que abrió el camino para que todas las mujeres de hoy tengan la libertad y puedan expresarse sin problemas.
Aún quedan rezagos, aún quedan cosas por qué luchar, pero el camino fue abierto por aquellas personas que tenían algo en común. Eran inteligentes. Priorizaban la cultura y la educación por sobre cualquier convencionalismo y con esas armas pudieron enfrentarse a una sociedad pacata que las relegaba.
Hace un tiempo atrás tuvimos que vivir una situación que nos dolió, porque todos los que hemos luchado por los derechos de la mujer como ser humano, no como contrapartida del hombre sino como un igual, asistimos a una demostración de barbarie e ignorancia que echa por tierra todo aquello por lo que hemos venido luchando.
Voy a dejar en claro mi posición. Como médico no puedo más que estar a favor del aborto, un aborto científico, planificado y regulado con todos los medios que la ciencia nos brinda. El derecho de los padres a decidir, y en algunos casos de la mujer, su destino y el de su descendencia es algo que le compete solo a los que deben optar sobre su vida y todos los que opinan sin tener relación directa con el problema no entendieron  lo que dice el viejo dicho: “Los de afuera son de palo”.
He visto morir a muchas jóvenes que se sometieron a técnicas o tratamientos abortivos, ya que su decisión estaba tomada y lo iban a intentar de cualquier manera, totalmente peligrosos que terminaron con su vida y la de su posible descendencia.
Pues bien, mi esposa y yo asistimos a una manifestación de un grupo de mujeres proabortistas que habían decidido marchar hacia la Catedral para expresar su descontento y su oposición a las ideas absurdas que enarbolan los religiosos.
Hasta ahí estamos de acuerdo y apoyo su manifestación y hasta el sitio elegido.
Pero de pronto vemos una cantidad de individuos, de niñas-mujeres con las caras tapadas, cubiertos sus rostros con pañuelos como vulgares delincuentes. Y allí donde uno se pregunta ¿Qué es lo que están haciendo mal que se cubren el rostro? Sus demandas son correctas. Es más me han enviado un informe que demuestra científicamente que en el tiempo oportuno el aborto es legal y sin embargo actúan como si estuvieran haciendo algo mal. ¿Los cánticos? Creo que son palabras y las palabras así dichas, en una manifestación y como cantito son totalmente esperables. ¿Entonces qué?
Hasta que descubrimos donde está lo malo. Con aerosol han pintado los escalones de mármol y las columnas que hace muy poco tiempo fueron remozadas, pintadas, con el erario de todos los habitantes de la ciudad.

Pueden estas personas ser tan poco inteligentes, tan energúmenas que no se dan cuenta que sus derechos terminan donde comienzan los de los demás. Que agredir un bien público, y digámoslo como corresponde. La Catedral no es solo de la iglesia católica, es patrimonio histórico que nos pertenece a todos los argentinos, es el recinto donde descansan los restos del General San Martín, alguien mucho más grande que todas ellas juntas, y, como dije, agredir un bien público es un delito que debe ser castigado. No es represión. Es salvaguarda de nuestra sociedad. No se puede destruir un bien ajeno simplemente porque no estoy de acuerdo con sus ideas. Esto da pie a la contrapartida. De igual forma se puede proceder con ellas si se piensa lo contrario.
Y eso no está bien. Es cierto que son chicas, me refiero a pequeñas de edad y de mente, y no tienen idea de lo que es la democracia. Es cierto que no vivieron los tiempos duros de las dictaduras y como consecuencia no pueden entender cómo funciona el sistema. Es cierto que son niñitas malcriadas que creen que esa travesura que están haciendo las convierte en mujeres heroicas. Pero aun así no tienen derecho.
Es bueno que reconozcan que son inmorales y se tapen la cara. Pero con ese único acto ya desvalorizan todo lo que pretenden conseguir. Chapuceras. Imberbes irresponsables. Estropean todo lo bueno que los que tenemos elementos para exponer y discutir y obtener resultados, quedemos mal parados.

Yo sé que son ignorantes. Que no saben ni piensan. Que actúan como los simios por impulsos. Pero déjenme que me descargue. Porque lo malo fue que mi esposa y yo fuimos los únicos que levantamos la voz en contra de la barbarie y de la trampa feroz en que estas inconscientes estaban cayendo. Nadie, absolutamente nadie se quiso involucrar, ni siquiera la policía que estaba en la puerta del templo. Déjenme que les diga a estas mocosas que no son nadie y que lo único que lograron fue tirar hacia atrás del carro que con tanto esfuerzo muchas mujeres y muchos hombres, hombro con hombro, hemos venido llevando hacia adelante.

Qué pena, que tremenda pena que exista gente como esa porque muy posiblemente sean irrecuperables. Si a esta edad no aprendieron a querer a su Patria, y peor aún, a quererse a si mismas, no lo van a aprender jamás. Hay muchos vivos metiéndoles ideas cambiadas en su cabecita y ellas no son más que las idiotas útiles de aquellos que siempre se han burlado de todos nosotros.



sábado, 20 de septiembre de 2014

UN PEQUEÑO LUGAR UNA GRAN HISTORIA (El otro lado)

Hemos caminado asombrados por la historia que encierran apenas tres cuadras. Ahora cruzamos la calle y vamos a recorrer el otro lado del recorrido. Vamos a entrar en el sector del Parque Rivadavia propiamente dicho.
Apenas uno atraviesa la avenida Rivadavia puede verse un local, que si bien es actual. Forma parte del paisaje de la zona. Un comercio donde se pueden encontrar las películas más increíbles y extrañas
que a uno se le puedan ocurrir. Una verdadera filmoteca que asombra. 







Pero unos metros más al oeste llegamos a la entrada del Parque
Rivadavia.

Con este parque tengo que hacer alguna pequeña desviación en mi relato porque también ha formado parte de mi historia. Yo viví en Tres Arroyos, una localidad que está en la provincia de Buenos Aires, exactamente a 500 Kms. al sur. Hasta los 17 años viví allí. Como hoy los chicos coleccionan figuras de los super héroes o intercambian juegos de Play, cuando yo era adolescente se coleccionaban estampillas, mariposas, piedras o caracoles y se intercambiaban en especial libros, la mayoría de aventuras, de la colección Rastros, Corín Tellado, y la inolvidable Robin Hood. La mayor parte de los coleccionistas dejaron de serlo, las colecciones quedaron en el olvido y fueron remplazados por otros interesas. Pero en esa época resultaba importantísimo y el sitio clave para conseguir las mejores piezas o hacer los cambios más convenientes era el parque. Allí en torno a un añoso y enorme ombú se reunían los unos y los otros y era entrar en un mundo fantástico donde todo era posible. Yo pasaba mis vacaciones en la casa de unos tíos abuelos que vivían en Ramos Mejía. Allí tomábamos el tren, ferrocarril Sarmiento, que nos llevaba sin interrupciones hasta Caballito, apenas unas cuadritas del soñado parque Rivadavia. Habitualmente me acompañaba mi padre.
En otra oportunidad les contaré algo de esta línea ferroviaria que tiene una antigua historia y una, muy actual, que ha impactado al mundo entero.
Es un espacio verde que ocupa un poquito menos de esas tres cuadras que recorrimos por la vereda de enfrente y se hunde en el barrio de Caballito por una dos cuadras hacia la calle Rosario que la limita por el fondo.
Este enorme predio perteneció a la Familia Lezica. Tanto que aún se sigue conociendo popularmente al parque Rivadavia como parque Lezica. Hay que acomodarse en el pensamiento que la avenida Rivadavia, en ese entonces, era el camino obligado para llegar a Buenos Aires, Era de tierra, cosa que dificultaba el tránsito en tiempos de lluvia, ya que el transporte era en coches arrastrados por caballos, y fundamentalmente carretas tiradas por bueyes que venían de muy lejos. Se lo conocía como Camino Real. Y Caballito era la posta, el sitio de descanso obligatorio antes de hacer la entrada en la ciudad más importante del país.
Pero también la gente de las familias acomodadas de la “bulliciosa” Buenos Aires, establecieron sus quintas, lugares de descanso, donde pasar los fines de semana, frescos, divertidos, buscando el verde que hoy muchos buscan en los countries.


Los Lezica tenían un lugar privilegiado en ese escenario. Enfrente estaba la Familia Wanklin, de origen inglés y que eran amigos de los adinerados vecinos.
La casa era una típica mansión de fin de semana, con una noria para extraer agua y una arboleda en la que se destacaba un añoso ombú que se encontraba en uno de los laterales. Allí vivió Ambrosio Plácido de Lezica, un comerciante y político que se codeaba con la oligarquía porteña.
La quinta era en forma de triágulo y se extendia entre la actual Avda. Rivadavia, la calle Rosario y la Avda La Plata. En 1871, durante la epidemia de la fiebre amarilla la familia se trasladó a la quinta transformándola en vivienda permanente. Allí supieron recibir al presidente Domingo Faustino Sarmiento, quien en su afán progresista les regaló uno de los seis eucaliptos que había traído de Australia. En ella se realizaron tertulias y reuniones danzantes, en una de las cuales, según una leyenda urbana, se produjo el asesinato de la negra planchadora que he relatado en otro post. Con la muerte de Ambrosio la familia entró en una etapa de decaimiento económico y la quinta quedó abandonada. Fue loteada y se fueron vendiendo los sectores que daban a Avda. La Plata. El predio quedó reducido a un triángulo que el hijo menor de la familia trato de venderlo al municipio sin éxito. Finalmente el mismo gobierno decidió expropiarlo y la familia llegó a un acuerdo con la condición que mantuviera su nombre, ya que la intención era hacer una plaza. El edificio fue demolido, la noria fue transformada en una fuente que hoy marca el sitio original de la misma y aún persiste el ombú famoso por el hecho violento que en el había ocurrido. Lo que no se respetó fue el nombre del parque que se dio a remodelar al paisajista Carlos Thays, dándosele el nombre de Parque Rivadavia, nombre que nunca se logró cambiar a pesar de los intentos de la familia y que popularmente se lo sigue recordando con el
nombre de parque Lezica.

Posteriormente se agregó un monumento en honor a Simón Bolívar, obra del reconocido escultor José Fioravanti (autor del Monumento a la Bandera y los leones marinos de la rambla de Mar del Plata) y una estatua, donación del club de Leones de Caballito, en honor a la madre, obra del escultor local Luis Perlotti, quien también realizó una copia de la veleta que dio origen al nombre de la zona y que fue emplazada en la plazoleta Ricardo Rojas que está en un lateral de la estación (La auténtica se encuentra en el museo de Lujan.


 En el otro extremo se encuentra la bellísima obra “La fuente de la doncella”, realizado por el artista barcelonés José Limona Brughera, y que fuera obsequiada por la comunidad catalana a la ciudad de Buenos Aires en 1931, en ocasión de la visita del autor a nuestra ciudad. Esta obra fue emplazada cerca del ombú pero luego fue desplazada a la plaza San Martín y recién en el año 2009 fue devuelta al parque que era su lugar de origen.


 Lentamente se fueron reuniendo, primero los filatelistas, en derredor del ombú, y luego, todo el parque se fue poblando de puestos que vendían o canjeaban libros usados, revistas de todo tipo, discos, grabaciones piratas (Que aún se siguen vendiendo) y todo tipo de adminículos antiguos y modernos. En el año 2003 se realizaron una serie de modificaciones en el parque, se lo emprolijó, se abrió una calle en un lateral donde ubicó a los vendedores de libros, y se enrejó la totalidad del parque pudiendo, desde entonces, visitarse hasta las 10 de la noche. En su exterior se ha conformado un verdadero mercado de pulgas con los personajes más extraños. 
Si continuamos caminando por la avenida Rivadavia nos vamos a encontrar con un edificio en cuyo frente se lee Escuela Normal Superior.
Allí estuvo instalado Colegio Gorostarzú.
Obra de los arquitectos Eduardo María Lanús y Paul Hary. Año 1908.
En 1908 se inaugura la Escuela Normal de Maestros en Flores, en Avellaneda y Donato Álvarez. En 1910, por problemas de salud de dicho director
Gorostarzú el colegio es vendido al Estado, denominándolo Escuela Normal Superior y al año siguiente se traslada el colegio de Flores. A partir de 1912 pasaría a llamarse Escuela Normal Superior N°4 y recién en 1927 se le impone el nombre de Estanislao Zeballos.
Un poco más y llegamos a un enorme edificio en construcción que marca el final del recorrido. Es algo mucho más moderno. Allí funcionó durante muchos años una prestigiosa Clínica que sufrio el deterioro económico, la Clínica Antártida. En la actualidad fue adquirida por el sindicato de camioneros y está en plena etapa de modificación. Ya lleva un tiempo en construcción y creo que se entremezclan con algunos problemas políticos, ya que el presidente del sindicato es opositor al Gobierno en ejercicio.
Estamos en Rivadavia y Acoyte o José María Moreno
según de donde se la mire porque Rivadavia es el punto de partida de ambas arterias. Hemos recorrido apenas tres o cuatro cuadras del barrio de Caballito y hemos debido detenernos a cada instante por algún guiño de la historia.

Y entonces uno recapacita parado en cualquiera de sus cuatro esquinas y piensa:
"¡Que pequeño lugar y que gran historia!".