Los truenos resonaban en la lejanía. El cielo se había ido
oscureciendo y un manto gris parecía cubrir los álamos que se movían al compás
de un viento arrachado que soplaba del oeste.
Las nubes, que en un comienzo viajaban presurosas hacia
otros horizontes, se fueron acurrucando, las unas contra las otras, como
gigantescos pompones de algodón, pero un algodón que pasaba rápidamente del
blanco brillante al gris opaco de los mármoles, fríos y solemnes, lúgubres y
tristes.
Un haz de luz filtraba obstinado como una espada atravesando
la muralla vaporea, pero el ojo celeste, persistente, se fue cerrando y el acero
brillante se fue opacando hasta desaparecer cubierto por un manto, primero,
rosado y luego tan gris como el resto del firmamento.
Una bandada de aves surcó el espacio poblando el silencio
con sus graznidos. Se convirtieron en puntos pequeños, dieron un giro y se
perdieron buscando un pronto refugio.
Un olor a tierra mojada llegó traída por la brisa. Era evidente
que no muy lejos de allí la tormenta había comenzado su danza.
Una línea fosfórea quebró el horizonte y la voz potente, el
rudo sonido de rocas entrechocando, anunció tonante que el espectáculo
iniciaba.
Se abrió el telón en cortinas de gotas pesadas, que golpearon
con fuerza contra la tierra sedienta, para luego hacerse más densas hasta desdibujar el paisaje, como en un sueño.
El viento empujó el agua contra el vidrio de mi estudio y el
mundo se esfumó, por un instante, convertido en columnas que se descorrían graciosas hasta
formar pequeños charcos sobre el alfeizar.
Sentado frente a mi computadora tuve el impulso de describir
ese instante igual pero distinto, único, irrepetible.
Escribí “los truenos resonaban en la lejan...” y no continué.
Simplemente me quedé mirando la maravilla de la naturaleza
desbocada, danzando sin freno.
Con el dorso de la mano limpié el cristal empañado y en la distancia
alcancé a descubrir un arcoíris que se estiraba entre las nubes.
Apagué la computadora (otra vez será) y me dediqué a
disfrutar del espectáculo.
Muy poética descripción que nos lleva a vovir la pasión de las fuerzas de la naturaleza. Muy lindo podee detenerse a verla, lástima tener que salir a trabajer...
ResponderBorrarAy, liante, que me temo que andas haciéndonos trampas diciendo que no escribes lo que escribes, y que te deleitas con lo que no escribes que escribes, o lo que escribes que también deleita ;)
ResponderBorrarPD. Adoro las tormentas, siempre y cuando no tenga que salir a la calle, las pueda disfrutar tras un cristal y con la música de las variaciones Goldberg de Bach de fondo.