EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

domingo, 4 de enero de 2015

DOS HISTORIAS EN UNA. La primera real y la segunda… ¿También real?



En el año 2005 DC, iniciábamos con Mirta nuestras vacaciones. Íbamos para las Cataratas del Iguazú y decidimos parar en la mitad del camino para hacer un viaje descansado. En la madrugada me desperté con un dolor en el pecho que enseguida diagnostiqué como un infarto. La desperté a mi mujer y le comenté lo que me estaba pasando. Como la atención médica de la zona no nos convenció decidimos volvernos, así que hice algo que no aprendí pero, espontáneamente, me sale muy bien, me relajé tipo meditación y Mirta me condujo a más de 140 Km/h hacia Buenos Aires. Cuando llegamos fui directamente a internarme (la ventaja de ser médicos) que es la conducta que debe seguirse en estos casos. Fui a un lugar donde tenía muchos amigos e inmediatamente me pasaron a terapia intensiva. El infarto es una herida que, como cualquier otra, tarda 7 días en cicatrizar y en su transcurso puede dar los síntomas menos esperados. Y yo no podía ser la excepción. A los dos días, justo cuando Mirta se había retirado, sentí que se me nublaba todo, alcancé a avisar y de ahí en adelante no supe más nada hasta que desperté un rato después. Había tenido un bloqueo aurículo ventricular, me fui a 20 latidos por minuto y me trajeron de los pelos antes de que Caronte me hiciera subir a su barca. Fue una experiencia honestamente positiva porque aprendí a no temerle a la muerte y a no creer que disponemos de todo el tiempo del mundo. Cuando te toca te toca y te vas a tocar la gaita al otro lado. Conclusión otra cosa que tampoco me preocupa, será cuando tenga que ser. El tiempo que estuve internado en la oficina de enfermería solían poner un programa de radio que tenía por cortina una canción de alguien maravillosamente positivo, un cantautor del rock nacional, muy unido al Jazz, Alejandro Lerner, y que, en este caso, era “Volver a empezar”, algo que iba perfecto para todo lo que me había pasado. Eso me dio el motivo para escribir el cuento que, espero, leerán a continuación y les he puesto al final el link de Youtube para que los que quieran escuchen la canción interpretada por su autor.
Pero el detalle insólito es que mientras preparaba esto para enviárselos pongo la televisión y me encuentro con Lerner cantando precisamente “Volver a empezar”. ¿Señales?. ¿Ustedes creen en las señales? ¿No?... La verdad yo tampoco.

Ahora el cuento propiamente dicho:

VOLVER A EMPEZAR

El anciano, de barba blanca y bien recortada, me miró con ojos que denotaban un asombro creciente.
-       ¿Que… que hace usted aquí? –
Lo miré haciéndome el que no entendía lo que estaba sucediendo y me encogí de hombros.
-       Que usted esté llamando a esta puerta es un total absurdo… - barboteó - ¿Tiene idea de la increíble cantidad de víctimas suyas que tenemos agendadas? ¿Quién lo mandó para acá? ¿Algún chistoso? –
Lo miré comprensivamente. Mentalmente hice un repaso de lo hecho hasta ahora y si ponía en la balanza los éxitos y los fracasos, buen… mejor no ponerlos.
El anciano se desesperó para que comprendiera.
- No, no, no… aquí hay un error… a Ud. le corresponde… el otro portal…   ¿ “Capisce”’?... El otro –
Y se estiraba para señalar un portón medio desvencijado que se erguía entre dos nubes violáceas.
Después de asegurarse de que lo había entendido cerró el portón con violencia sin darme tiempo a agradecerle aquella definitiva información.
Caminé tan velozmente como me lo permitía un difícil terreno que se hundía y se levantaba en forma caótica e imprevisible (Como caminar sobre un colchón de agua) hasta que por fin me detuve frente a un portal extremadamente alto. Evidentemente le hacía falta mantenimiento por que se advertía la pintura resquebrajada, y hasta descascarada, en muchos lugares.
Golpee y me quedé esperando.
Pasó un cierto tiempo hasta que oí algún sonido del otro lado. Algo así como un arrastrar de pies que cansinamente se acercaban al pórtico. Me pareció, también, escuchar una protesta ahogada, con seguridad una maldición o algo parecido
           La puerta se abrió bruscamente y tras ella apareció un ser macilento, de aspecto y edad indefinidos. Apenas me vio, el tono pálido, casi marfil, de su cara, comenzó a cambiar de color.
-¿Qué… que hace usted aquí? –
¡Otra vez la misma estúpida pregunta!
-       ¿Qué se yo?... Me… me mando el señor de al lado – balbucee.
-       ¡Qué hijo de…! ¡No querido, no!… ¡Aquí no! – Y señalaba con vehemencia el lugar donde se hallaba parado - Si yo lo dejo pasar con seguridad me desprestigia el negocio… acá somos malos… si… pero tenemos nuestros principios… ¡Pero qué hijo de…! - Y sin darme ni la menor oportunidad a responder se dio vuelta y se dispuso a cerrar el portal, tal como lo había hecho el personaje anterior.
-       ¡Ah, no viejito! – Exclamé mientras le ponía el pie evitando el portazo que se venía      
     -     Los dos se lavan las manos ¿Y yo qué?... ¿Qué soy yo… el hijo de la pavota? –
           El tipo me miró como si no entendiera mi reclamo.
Eso me puso más verde todavía.
-       Escuchame, pedazo de bofe… Si uno no me quiere y el otro no me acepta… ¿Qué carajos hago yo?… ¿Me querés decir?… ¿Qué carajos hago? –
Me miró casi con lástima. Se rascó la barbilla. – “Se debería quedar en el limbo, así no jode a nadie más” – pensó en voz alta.
-       ¡Ma si! – ladró – ¡Mientras no sea para acá agarrá para donde se te antoje! ¿Sabés que podés hacer?... Volvete por donde viniste… y… por – fa - vor… ¡No rompas más! – y sin darme tiempo a reaccionar empujó con tal fuerza el portón que tuve que sacar el pie lo más rápidamente que pude. Llegué a escuchar claramente como colocaba el seguro y algún tipo de tranca, no fuera a ser cosa que yo tuviera alguna posibilidad de filtrarme.
De pronto la iluminación del ambiente había desaparecido y la negrura más espesa parecía envolverme, haciéndose eco de mis atribulados pensamientos.
     Muy pequeñita, una luz muy brillante, comenzó a abrirse paso entre las tinieblas.
     No entendía muy bien lo que sucedía pero me dispuse a esperar. El destello se hacía cada vez más pronunciado y progresivamente iba invadiendo todo el espacio. Me pareció oír voces que provenían del otro lado de la luz.
Lo primero que vi fueron unos frascos, o mejor dicho unos sachés, con unos tubos delgados, transparentes que descendían de su parte inferior. Pronto descubrí que llegaban, como autopistas de una novela de ciencia ficción, hasta incrustarse en mis brazos, transportando un líquido que goteaba apresuradamente.
Sentí una opresión… en realidad una delicada presión sobre mi pecho. La luz intensa me molestaba por eso tuve que parpadear varias veces hasta que pude identificar a una joven doctora quien apoyaba, protectoramente, su mano izquierda sobre mi tórax, mientras que con la derecha controlaba mi pulso.
-       Ya está… por suerte revirtió con la atropina. ¡Uff! – Suspiró – faltó poquito –
Recién recapacité en lo que había pasado.
Por allí escuche “fue un bloqueo aurículo ventricular transitorio”.
“Que lo parió. Así que zafé por un pelo - razoné - Ja… que linda jo…”
Y ahí me di cuenta.
Cerré los ojos con fuerza y al abrirlos seguía en el mismo lugar. Tendido, cuan largo soy, en la cama de terapia.
¡Cómo me cagaron!
Ni a un lado ni al otro… Noooo… la cosa tenía que ser peor y los muy hijos de su madre la pensaron bonito.
Nada de pasar para el otro mundo, nada de acabar aquí y ahora. La pena no podía ser peor… me habían condenado a volver a convivir con mis semejantes. Solamente a ellos se les pudo ocurrir una tortura más sofisticada.
Traté de aceptar mi condena. Me relajé y dejé que siguieran trabajando.
En el fondo, muy en el fondo, mezclado con las voces de las enfermeras que corrían cumpliendo las órdenes que impartían los médicos, escuchaba, como entre sueños, a Lerner empecinado en canturrear:

“Que mañana será un día nuevo, bajo el sol… Volver a empezar”.


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