EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

domingo, 10 de mayo de 2015


-          Buenos días –
Saludó sin mirar a quien se dirigía. Lo tiró al bulto por educación, como era su costumbre.
Algo parecido a un murmullo le respondió desde el puesto de diarios donde se había guarecido.
Es que, en realidad, no era un buen día porque llovía copiosamente. Abrió su paraguas pero una racha de viento y fría llovizna se le coló por debajo.
Inclinó el paraguas pero todo era en vano. El agua se arremolinaba haciendo imposible cualquier intento por cubrirse.
Decidió rendirse y se largó a caminar, protestando por lo bajo.
Se apuró para llegar a la parada del bus. Tenía por costumbre salir temprano. Más de lo necesario para no encontrarse con ese mar de gentes apretujadas, desesperadas, por llegar a tiempo.
Tuvo que esperar un tiempo más prolongado que lo habitual. Sabía, aproximadamente, cuál era el recorrido y a qué hora pasaba por donde él estaba, le llamó la atención la demora.
Cuando el bus llegó le hizo la seña y rápidamente, después de haber cerrado el paraguas, trepó ágilmente tomándose del pasamano. Estaba más vacío que de costumbre. Había pensado lo contrario. Con la demora habitualmente se agolpaban más los pasajeros. Sin embargo no, nada de eso, apenas una anciana en el primer asiento y dos o tres personas más, distribuidas cómodamente.
Se sentó junto a una ventanilla y miró distraídamente la calle. Algún que otro transeúnte que corría tratando de protegerse del aguacero. Las luces que aun persistían encendidas en algunos escaparates se deformaban en las gotas que corrían en diagonal sobre el vidrio de su transitoria atalaya.
Llegó antes de lo esperado. El tránsito, habitualmente intrincado, ese día y, a pesar de la lluvia, había estado más liviano que de costumbre.
Bajó, haciendo gala de una agilidad que ya no tenía. Un dolor en una de las caderas le recordó que ya no estaba para esos lujos. Se rió por lo bajo y caminó tapándose con el paraguas del viento que soplaba justamente de frente.
Llegó a la empresa y, aunque aún era temprano, siempre el ordenanza se encargaba de abrir un tiempo antes.
Empujó decidido pero la puerta no cedió. Se detuvo desorientado. Volvió a presionar sobre el blindex, que oficiaba de entrada, pero todo estaba herméticamente cerrado. Hizo pantalla con las manos y trató de mirar hacia el interior. Si el empleado lo veía con seguridad venía a abrirle.
La soledad más absoluta lo dejó un instante con la boca abierta. Volvió a mirar con cierta desazón pero se le ocurrió que debía ser que ese día, como se habían dado todas las cosas, había llegado demasiado temprano. Si, claro… eso debe ser. Pero el ordenanza está desde mucho tiempo antes, debería estar abierto. ¿Habrá pasado algo? Noooo… posiblemente el hombre tuvo que ir al sanitario… si, clar, seguramente… es.. pe…re…mos…
Alguien debía haber abierto las compuertas del cielo porque el agua caía con una fuerza y en una proporción inimaginable. Aguardó un instante. Las gotas daban contra el piso, rebotaban y se colaban por entre los zapatos. Se corrió hasta la esquina donde había un toldo y podía protegerse.
Miró el reloj. La siete y media. No, evidentemente no puede ser. Algo está ocurriendo. Iba y venía caminado nerviosamente. El ruido de la lluvia sobre el toldo se multiplicaba como una maldita batería que sonaba, inmisericordosa,  enloqueciéndolo.
Corrió nuevamente hacia la puerta. El agua ya no le importaba. ¿Qué ocurría? ¿La empresa había cerrado… quebrado… finiquitado…? ¡Dios! ¿Era eso posible? ¿Se había quedado sin trabajo? ¡A esta edad! ¡¿Qué voy a hacer?!.
Miró desesperado su reloj. Las siete cincuenta… ¡las siete cin… cuenta!  En ese momento miró la pate digital de su cronómetro. Estaba con poca batería pero con esfuerzo alcanzó a verlo. Fue hacia el toldo nuevamente, donde había algo más de luz. Una farola permanecía aún encendida. Y leyó con detenimiento Mayo – 14 – Sunday.
Sun… sun… Sunday quería decir domingo… ¡Caray! Hoy es domingo. Hoy no se trabaja… ¿No?
Que… que… pe…
Tan bruscamente como había comenzado a llover ahora había parado. Las nubes comenzaban a abrirse y un sol mañanero se asomaba tímidamente.

Caminó lentamente hasta el bar que había en la esquina de la plaza. Buscó un rincón alejado y pidió un café con leche con tres medialunas. 

2 comentarios: