EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

miércoles, 13 de enero de 2016

UNA HISTORIA REAL (para meditar)

La sala de espera estaba llena. La mayoría eran personas mayores que son las que habitualmente presentan los mayores problemas visuales. Conversaban animadamente o leían las viejas y tradicionales revistas de las salas de espera.
De pronto se abre la puerta y entra un hombre, mayor, con ropas de trabajador, que sangraba profusamente. Traía un pañuelo apretado contra su mentón empapado en el rojo elemento.
Inmediatamente varios se hicieron cargo del problema y corrieron a socorrerlo. Una de las secretarias nos avisó e inmediatamente dejamos el consultorio para ir a ver qué pasaba.
El personal ya lo había llevado para el pequeño quirófano que se utilizaba para este tipo de intervenciones, supuestamente ambulatorias.
Allí estaba el hombre, acostado en la camilla. Le habían limpiado una herida cortante que le recorría toda la punta del mentón. Seguía sangrando.
Nos contó que se había caído y había golpeado con esa parte de la cara.
Revisamos el lugar y decidimos que hacía falta realizar una sutura.
Hagamos la salvedad que era un consultorio oftalmológico y lo único que teníamos era sutura muy delgada. La más gruesa era la que usábamos para el estrabismo. Podía llegar a servirnos.
Me encargué yo del asunto. Un buen avón de anestesia y luego la aplicación de varios puntos de sutura. Lo más próximo entre ellos como para que hicieran la fuerza adecuada y de paso quedara la menor cicatriz visible. Dentro de lo posible fue un buen trabajo. Posteriormente un vendaje compresivo. La pregunta clásica ¿Cómo se siente? El hombre era fuerte e inmediatamente estuvo de pie.
Dio las gracias, saludó, agradeció de pasada a los que estaban en la sala de espera y salió.
No habrían pasado mas de cinco minutos cuando se abre de nuevo la puerta y el hombre reaparece, otra vez sangrando.
Y aquí es donde viene la historia. La gente se levantó enfervorizada.
-          ¿Eh, que se cree usted, que esto es una clínica general? –
-          Esto es el consultorio de un oculista… No tiene nada que hacer aquí –
-          ¿Por qué no se va a otro lado? ¿No ve que nos hace perder tiempo?
-          ¿Que es lo que se cree… que puede entrar y salir cuando se le antoje?
Algunos ya se habían levantado para impedirle el paso, otros querían echarlo.
El hombre, sangrando, los miraba sorprendido… no entendía lo que sucedía…
Claro, en ese momento aparece una de las secretarias y mirando a los exaltados pacientes les dice.
-          ¡Es el  padre de la doctora! –
Efectivamente, se trataba de mi suegro, que estaba trabajando en casa y cuando se cayó y se lastimó el mentón lo primero que pensó fue en venirse al consultorio de sus hijos para que ellos lo curaran. Evidentemente el hilo usado para suturar no había sido lo suficientemente fuerte y la herida se había vuelto a abrir.
Todos se calmaron como por arte de magia. Cerraron su boca, frenaron su actitud beligerante y no volvieron a abrirla hasta que fueron llamados.
Por suerte yo, en ese momento, estaba atendiendo a la esposa de un médico traumatólogo de una clínica cercana, lo llamó, el hombre se vino con todos los elementos necesarios, le hizo una sutura adecuada y cerró la herida sin problemas.
Mientras mi colega trabajaba en el quirófano, nosotros continuamos atendiendo de modo que nadie se impacientara, con lo que quedaron todos tranquilos  ya que sus turnos no habían sido alterados. Y mi suegro pudo retirarse sin problemas.
Fue un aprendizaje extremadamente interesante. Somos todos buenos mientras no se afecten nuestros intereses. El pobre viejito aun con una herida sangrante iba a ser echado porque les hacía perder el tiempo. Pero dejó de ser un individuo molesto cuando adquirió el estatus de padre de la doctora.
Nunca llegaron a entender que nosotros habíamos estudiado medicina  porque nos gustaba, porque teníamos el afán de ayudar a quien fuera, que vivíamos de eso, era nuestro trabajo, pero reconocíamos un solo tipo de paciente, el ser humano sin distinciones.
Nunca lo hice, pero tenía ganas de poner una tabla en la que mostraba que los que tenían los prepagos más caros no eran los que más nos pagaban, muy por el contrario estaban por debajo de los pacientes privados y los jubilados. Se pavoneaban mostrando una credencial que solo demostraba que eran más tontos que el resto.
Pero tantos los unos como los otros eran absolutamente hipócritas. Muchos de ellos les daban monedas a los pobres en la estación o llevaban ropa a la iglesia o los geriátricos, pero frente a un individuo igual que ellos, herido, sangrando, no eran capaces de perder un minuto de su valiosísimo tiempo.

Decía un viejo refrán italiano: Piano, piano, si va lontano e forte, forte si va a la morte.

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