La exuberante vegetación de la selva tropical envuelve el
paisaje con el embrujo de su magnífica belleza.
Los árboles elevan sus copas al cielo en isipós, helechos y
bejucos, y se mezclan y entrecruzan unos con otros en cascadas de verdes
intensos, de amarillos, de sepias y de pardos.
El duro lapacho cubierto de flores violáceas, el petiribí
festoneado de pétalos blancos, el jacarandá que luce su floración añil, el ibirá
pitá
con su manto de corolas amarillas, y los cedros, los algarrobos, los quebrachos y los timbós, que forman la abigarrada selva, son cuna y sostén de las maravillosas orquídeas que, en múltiples formas y coloridos hermosos, se ofrecen con profusión a los ojos admirados de los que llegan a gozar de la belleza tan extraordinaria.
Y junto a esta hermosura de formas y de colores, el
magnífico espectáculo del río, del Iguazú, del Agua Grande, como bien lo
nombraron los primitivos habitantes de esta región.
He recurrido a repetir textualmente el inicio de la historia
del libro, del que estoy extrayendo estas leyendas, porque aquellos que hemos
tenido la suerte de recorrer esa zona (Nosotros lo hemos hecho con suma
frecuencia) podemos comprobar que la descripción anterior es tan perfecta que
no le sobran ni le faltan palabras. Tiene una precisión en sus expresiones que
sería burdo tratar de mejorar un relato tan perfecto.
Pero esa región, una de las maravillas del mundo actual,
tiene una historia que los que la conocemos un poco más que la frecuente visita
turística, hemos podido comprobarla, lo que le da el toque imaginativo a una
gloria de la naturaleza cuyo espectáculo no puede imaginarse ni describirse en
estas pobres palabras mías. Después los invito a hacer un recorrido fotográfico por un mundo irreal.
En una zona habitada por el pueblo guaraní, una raza digna
de ser estudiada, pues según mi teoría sería una de las pocas verdaderamente
originarias de estas tierras. De las que escasamente se han conservado puras que se ha mantenido, y puedo dar
fe que han sostenido sus tradiciones, muy entremezcladas con la iglesia
cristiana, pero auténticamente propias, y que conservan su lengua intacta hasta
el punto de escuchar diariamente conversaciones en un idioma que no entendemos
pero que se va transmitiendo de grandes a chicos y no tiende a morir o quedar
aislada como muchas otras.
Perteneciente a esta raza guaranítica, vivía Panambí (mariposa) junto a su madre a orillas del río Iguazú.
Cataratas arriba el río puede navegarse y sus abundantes aguas permiten desplazarse por ellas sin el peligro de ser arrastrados hacia la fenomenal caída. Y esto es lo que hacía la indiecita que se destacaba por su belleza y su dulzura. Diariamente la joven se subía a su canoa y se dirigía a las islas vecinas en busca de las frutas silvestres que le regalaba la naturaleza y de la riquísima miel de camoatí (miel de avispas), que encontraba en abundancia. Más allá del estruendo de la feroz caída del agua la madre sabía distinguir cuando su hija volvía entonando canciones, para las que tenía una hermosa voz, que se unía a las virtudes antes mencionadas.
Cataratas arriba el río puede navegarse y sus abundantes aguas permiten desplazarse por ellas sin el peligro de ser arrastrados hacia la fenomenal caída. Y esto es lo que hacía la indiecita que se destacaba por su belleza y su dulzura. Diariamente la joven se subía a su canoa y se dirigía a las islas vecinas en busca de las frutas silvestres que le regalaba la naturaleza y de la riquísima miel de camoatí (miel de avispas), que encontraba en abundancia. Más allá del estruendo de la feroz caída del agua la madre sabía distinguir cuando su hija volvía entonando canciones, para las que tenía una hermosa voz, que se unía a las virtudes antes mencionadas.
Pero fue un día que ocurrió algo extraño. Iba la joven en su
canoa cruzando el río cuando vio venir en sentido opuesto otra barca en la que un apuesto joven remaba con vigor. Llamaba la atención la apostura de
este hombre que se movía con gallardía, sus músculos perfectamente torneados
brillaban con los reflejos del sol. Sus movimientos elegantes acentuaban su
aspecto. Pero lo más extraño fue que cuando pasó junto a la canoa de Panambí fijó
los ojos en los de ella. Una mirada penetrante que se apropió de la mirada de
la niña, que quedó azorada, clavada en el río, mirando alejarse al remero hasta
que este desapareció de su vista. Sin embargo, la indiecita ya no pudo quitar
esa imagen de su mente y permaneció inmóvil, detenida en el río y allí quedó inmóvil hasta que apareció la luna con sus reflejos de plata sobre el suave oleaje del río.
Reaccionó Panambí y dándose cuenta que su madre estaría
preocupada por su tardanza apuró los remos para llegar lo más pronto posible. Efectivamente
la madre estaba tremendamente angustiada y la interrogó sobre lo ocurrido.
Panambí le contó ese extraordinario encuentro. Era evidente
que estaba con el pensamiento fijo en aquel joven que había
encontrado en medio del río. a partir de ese momento dejó de ser la joven alegre y cantarina de siempre. La
madre, conocedora de las historias del río le advirtió: Hija, debes tener mucho
cuidado… Puede haber sido Pyrá-yará (el señor de los ríos y de los peces). Es peligroso.
No deberías volver a salir sola en tu canoa.
Pero la niña no estaba dispuesta a hacerle caso. Más, aun, día
por día salió en su canoa esperando volver a ver al joven remero. Y ese
encuentro se repitió casi diariamente, repetidamente, siempre de la misma
manera. El amor que sentía la joven por aquel remero no tenía límites.
Una noche, estaba Panambí descansando en su hamaca tejida,
de algodón, cuando sintió un ruido de remos que marcaban el avance de una
embarcación. La indiecita fue a ver que ocurría, el río se agitaba y formaba un
oleaje más violento que de costumbre.
En medio del río, detenido, mirándola fijamente, estaba el
joven. La niña sintió que un poder más allá de su voluntad la atraía hacia el
sitio donde la canoa la esperaba. Apenas hubo pisado el agua el río se calmó y
la india caminó hacia el centro del mismo. El agua la fue cubriendo lentamente
hasta que desapareció en las profundidades del agua. El cuerpo inerte de Panambí flotó, entonces, movida
por la corriente hasta llegar a los brazos del remero que efectivamente era
Pyrá-yará, de quien se había enamorado perdidamente.
El hombre tomo el cuerpo de la niña y lo colocó en una balsa de juncos
que llevaba arrastrada por su canoa y así, con la joven muerta, se largó
corriente abajo, hacia donde las aguas se desploman desde una altura aun no
medida.
La fuerza del agua los precipitó por el tremendo torrente.
La canoa, con ambos, cayó pero el joven emergió en el fondo del río y siguió su curso,
demostrando su origen sobrehumano. En cambio la balsa que llevaba a la india fue
tragada por las aguas, rebotó contra los peñascos y despidió el cuerpo de la
infortunada, que fue arrastrada por la corriente.
Y allí quedó, enredada entre las aguas, hasta que se transformó
en una roca, que los visitantes pueden ver en medio del río que violentamente
se despeña.
Un chorro de agua muy blanca y muy tenue se desliza, desde
entonces por su cabeza y cubre su cuerpo de piedra semejando el velo de una
novia, que se deshace en gotitas de cristal antes de volver a formar parte del
caudal del río.
Ese fue el final de Panambí, la enamorada de un imposible,
que olvidó que Pyrá-yará, dueño de los peces y de los ríos, es incapaz, por ser
de esencia divina, de amar a ninguna mujer sobre la tierra.
---------------------------------------------------------------------------
NOTA: Las Cataratas del Iguazú, una de las bellezas
naturales del mundo actual, son un regalo que la naturaleza ha hecho a nuestro
país. Su nombre guaraní significa “Agua Grande”.
El río Iguazú, afluente del Paraná, descubierto por Alvar Núñez Cabeza de Vaca en el año 1542, nace en territorio brasileño, cerca de la Sierra
do Mar y sirve de límite entre Brasil y nuestro país.
Recorre 1300 km y 20 antes de echar las aguas al Paraná, se
forman las cataratas que llevan su nombre. A esta altura el río se ensancha
hasta llegar a los 1800 m.
El salto principal es el conocido como La Garganta del
Diablo, y se le suman una serie de caídas notables por su belleza que asombra como el San
Martín, el Alvar Núñez, el Bosetti, las Dos Hermanas, etc. Hagamos, pues, el recorrido prometido.
Todas las fotos fueron tomadas por Mirta y por mi en nuestro recorrido por un paisaje que puede verse mil veces y siempre se va a mostrar de distintas maneras.
MIRAR ESTAS FOTOS ME HACE CONTENER EL ALIENTO . QUE DECIR ? NADA.QUE SE PUEDE AGREGAR ? ,SOLO SILENCIO . LAS CONOCI GRACIAS A 2 AMIGOS QUE LO HICIERON POSIBLE , HERMOSAS
ResponderBorrarHe disfrutado tanto de tu relato de esta historia de amor imposible de las fotos y de tu belleza cuando te expresas que lo volveré a leer de nuevo
ResponderBorrarEres realmente grande y te estoy agradecido por enseñarme cosas tan hermosas y por hacerlo de manera tan sencilla y personal
Te quiero Tío Alberto y me siento orgulloso de ti
Me parece todo perfecto, idílico, fantástico. Una belleza que tengo en mis, "algun día iré", y espero que no sea muy tarde. gracias por tus palabras, siempre acompañan mi camino !!!
ResponderBorrarMe parece todo perfecto, idílico, fantástico. Una belleza que tengo en mis, "algun día iré", y espero que no sea muy tarde. gracias por tus palabras, siempre acompañan mi camino !!!
ResponderBorrar