El hombre nació niño y no le fue nada mal.
Le tocó hacer su aparición en una familia acomodada que no
le hizo faltar ni el más pequeño detalle. Fue creciendo dentro de una vida
fácil. Concurrió a un colegio privado de muy alto nivel donde recibió una
educación esmerada, un muy buen nivel intelectual y manejo de varios idiomas.
Le serían muy útil ya que, por su nivel económico, iba a
poder recorrer el mundo o por lo menos sus lugares más reconocidos. Estuvo en
innumerables museos que le dieron un conocimiento que no se alcanza con solo
leer los libros.
Dotado de un buen físico practicó varios deportes
destacándose en mucho de ellos. Precisamente fue en alguno de esos lugares que
conoció a aquella que sería la esposa perfecta. Cumplía con todos los
requisitos que hacían falta por lo que fue felizmente acogida por su familia, a
la que le dio dos descendientes, como corresponde, un varón y una mujercita que,
desde pequeña, ya pintaba para ser el vivo retrato de su madre.
Los amigos, porque amigos no le faltaban, lo visitaban a
diario y tanto se divertían jugando con las cartas, practicando algún deporte o
enfrascados en alguna discusión sobre la política o la economía, en donde ellos
eran factores de poder fundamentales.
Lo tentaron para iniciarse en el juego de la política pero no
aceptó. Prefería el perfil bajo. El poder lo ejercía desde otro costado. No le
interesaba la exposición pública pero por sobre todas las cosas había aprendido
que nunca había que jugarse por nadie. Pertenecer a un partido significaba
estar en contra del otro y eso no era bueno para los negocios.
Vivía una vida tranquila. Cumplía y le cumplían.
Pero ocurrió (Porque como en todos los cuentos siempre tiene
que suceder algo) que, después de nadar unos cuantos largos en la enorme pileta
que poseía en su casa de las afueras de la ciudad, cansado, se recostó en una
de las colchonetas que bordeaban el agua y se quedó dormido. Y soñó.
Soñó que caminaba por un pasillo iluminado, de tanto en
tanto, por unos spot empotrados en el cielorraso. Aparentemente lucía como un
sitio aséptico, como si fuera el corredor de un hospital, o mejor de una clínica. Llegó a unas puertas
con un ojo de buey que alguien, a quien no podía identificar, abrió para que
pudiese pasar. Varias personas, aparentemente, lo estaban esperando y sin decir
palabra le indicaron que se quitara la bata (recién en ese momento reparó en
cómo estaba vestido) y que se acostara en algo parecido a una camilla que
estaba en el centro de un cuarto que, también, lucía totalmente aséptico.
Obedeció sin dudarlo, sorprendido tal vez, pero sin
resistirse. Se quitó la ropa que lo recubría y se recostó totalmente desnudo.
Un individuo se acercó y con un movimiento decidido levantó el extremo de una
cremallera que estaba bajo su cuello. Nunca lo había notado pero lo tomó con
naturalidad. El individuo traccionó hacia abajo y el cuerpo se fue abriendo en
línea recta hasta la pelvis dejando los órganos al descubierto. Un buen
sistema, pensó, y dejó que el resto de los hombres y mujeres, que allí estaban,
hicieran su trabajo. Limpiaron cuidadosamente cada uno de los componentes del
aparato respiratorio, luego los del digestivo y así, meticulosamente hasta el
reproductor. Luego, de la misma forma en que habían iniciado su trabajo
subieron la cremallera y volvieron a ocultar el extremo bajo la barbilla. De
pronto una luz brillante lo obligó a cerrar los ojos y sintió un calor que
recorría todo su cuerpo.
Fue en ese momento en que se despertó. El sol había girado y
le daba de pleno en el rostro. Estaba caliente y sudoroso. Tardó unos
segundos en comprender que había pasado, el sueño había sido tan concreto que
le costó volver a la realidad. Suspiró y se levantó decidido a dejar la piscina
y darse una buena ducha.
Se sentía bien. Más liviano y ágil que de costumbre.
Probablemente lo que había descansado, pensó. Fue hacia los vestuarios que
estaban en un lateral. Se quitó la malla y se sumergió bajo la lluvia que
previamente había abierto al máximo. Se enjabonó bien de la cabeza a los pies y
disfrutó un largo rato del agua que salía con fuerza de la regadera.
Nunca supo que fue, si lo que había soñado, un acto
instintivo o simple casualidad. Hurgó bajo el mentón y sin sorpresa, como si lo
hubiera estado esperando encontró el enganche de una cremallera. Cerró la llave
del agua. Y, con curiosidad, comenzó a tironear hacia abajo. Descubrió que el
cuerpo se iba abriendo dejando ver el interior. Primero fue con cautela, luego
ya lo hizo sin cuidado alguno y llevo la apertura hasta el mismísimo pubis. Sin
embargo no estaba asustado ni sorprendido. Era como si lo hubiera sabido toda
la vida. Pero su sonrisa se borró de pronto, su gesto de satisfacción
desapareció, miró casi con desesperación cuando descubrió que dentro no había
órganos, no había absolutamente nada. Se dio cuenta que la cruda realidad era
que, por dentro, estaba absolutamente vacío
Quiso correr, gritar, llorar pero no pudo. El pánico lo
había invadido y estaba paralizado. Comprendió que todo lo vivido no había
servido para nada. Era evidente que no tenía corazón, carecía de estómago y
casi con seguridad tampoco debía tener cerebro. Era un individuo absolutamente
hueco. Recapacitó. Lentamente fue volviendo a recuperar la calma y pudo
comprender. Es que era así. Nunca había disfrutado con nada. Todo era perfecto
según las reglas, según lo estipulado, según lo que se podía esperar de él.
Pero propio ¿Qué tenía? Absolutamente nada. Carecía de todo lo que un ser
humano tendría que tener.
Lentamente volvió a vestirse. Fue hasta su dormitorio y sacó
un traje. Buscó una camisa blanca y la combinó con una corbata roja. Se sirvió
un whisky. Se sentó y sostuvo el teléfono. Había tomado una resolución. Había
aprendido, dentro de las normas preestablecidas, que en toda situación, por más
extraña que parezca, siempre tiene un lado positivo y la gente como él debe
sacarle partido.
Tecleó un número y del otro lado rápidamente le contestaron.
Hablaba con su abogado, amigo y consejero. Fue directamente al grano.
-
Escucha, Tom, acabo de descubrir que no tengo
corazón, carezco de estómago y casi, con seguridad, mi cerebro brilla por su
ausencia –
-
¡Genial, hombre! Ahora sí… ¡Debes dedicarte a la
política!… -
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