Hay días.
Esos día en que quisieras ser otra persona.
Evaluemos.
Las cosas no están bien. Todo conspira para que las cosas no
estén bien y cada posible solución queda atrapada en un callejón sin salida.
El humor, El mal humor comienza a invadirte. Lenta y
progresivamente se va haciendo tu dueño.
Como esos motores que humean mientras tratan de funcionar y
cada vez el tóxico que despide se vuelve más negro y más denso, te vas
contaminando hasta entrar en un estado depresivo que maneja tus actitudes más
allá del raciocinio, de la lógica, de lo que debiera ser.
El ánimo se oscurece y sólo ves la parte negativa de las
cosas.
Y entonces surge la frase inevitable: quisiera estar muerto.
Y uno revuelve en su mente y piensa: ¡cómo cambiarían las
cosas si uno se muriera!
Posiblemente los problemas se resolverían, yo dejaría de
sufrir y los demás estarían mejor.
O entenderían lo mal que se comportaron y corregirían ese
comportamiento y… todo sería distinto.
Si… Claro.. ¿Pero yo no me enteraría?. Todo ocurriría y posiblemente
sería mucho mejor pero yo no me podría enterar.
¿Y entonces… de que me sirve? Absolutamente de nada.
Al menos para mí…
Y entonces es cuando uno descubre que no quiere morirse…
quiere transformarse en otra persona… en alguien que pueda ver los cambios, las
variaciones que su desaparición produce… alguien que viva sin el peso de la
angustia en un mundo diferente…
¿Pero irse? No gracias. Los demás ganan y yo me jorobo… no
es negocio…
¿Y qué ocurriría si uno consiguiera fugarse de su yo,
atormentado, golpeado, maltratado, y se transformara en otro individuo que
puede ver, desde afuera, como se modifica el mundo sin su existencia previa?
Lo más probable sería que al interactuar con los demás
llegaría al punto en el que se volvería a sentir agobiado, superado por las
circunstancias, abandonado por los que le prometieron ayudarlo y luego se
olvidaron de sus promesas, y la angustia retornaría con igual o más fuerza que
la vez anterior.
Y entonces diría: “Como desearía estar muert.. ¿Y después
que?... ¿Cómo me entero, etc, etc.?
Y el ciclo volvería a comenzar.
Finalmente lo lógico sería terminar, cortar la cadena y
dejar que el barco se hunda…
Pero para eso tenés que cruzar la línea. Esa línea
intangible que determina la normalidad de la patología. Donde el después no me
importa. El dolor es tan intenso que en lo único que pensás es que se acabe de
una vez. ¿Qué el mundo se va a modificar? Pues que se modifique, yo ya no
tolero más este peso atroz que no me deja respirar, que me va a matar, de
cualquier manera, por asfixia, por el agudo punzón que siento clavarse y
retorcerse en mi pecho…
Pero no has cruzado esa línea. Querías que todo cambie para
vivir mejor, para que la tortura de seguir adelante deje de ser tortura y se
transforme en el mundo que soñás y por el que luchas todos los días.
Y entonces levantas la cabeza. Ponés cara de idiota y, como
el payaso triste del circo, ofrecés tu cara para la próxima cachetada. Ya
llegará el momento, en que todo estalle como una piñata o se arregle
definitivamente como siempre lo has querido.
En fin, un día de esos, uno más.
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