Cuando tenía 7 años mis padres
decidieron que aprendiera el idioma de los pueblos fuertes, la lengua de
Shakespeare, y me enviaron a la biblioteca Vicente P. Cacuri a un curso que
dictaba una reconocida profesora de Inglés. Sinceramente no entendí
absolutamente nada. Fue una tortura que no pude tolerar y luego de padecer
durante un tiempo decidí no continuar con el suplicio. Transcurrió mi tiempo
con felicidad, era la época del auge del folclore, de nuestras canciones y
nuestra lengua, y no tuve ningún problema para comunicarme con nadie. Me
distinguí en el primario por mi capacidad para escribir. En el secundario la
profesora de “Castellano” se preocupó por que yo corrigiera los horrores de
ortografía que traía de arrastre del primario. Consideraba que tenía capacidad
para escribir pero tenía que corregir mi gramática y mi ortografía. Así aprendí
a prestar atención y descubrí las reglas ortográficas que hicieron que mejorara
ostensiblemente en mi capacidad para transmitir mis ideas. Pero no todo es
dulce en la vida. En ese entonces en el secundario era obligatorio cursar dos
idiomas, Inglés y Francés. Tres años de uno y dos del otro. La ventaja era que uno
podía elegir. Por supuesto que seleccioné el francés, que es mucho más nuestro,
y así mis tres primeros años se movieron dentro de esta lengua. No crean que me
fue fácil. Desde el primario hasta que me recibí de médico, la única materia en
la que fracasé y tuve que rendir un examen fue en segundo año, precisamente en
francés. Sin embargo eso me obligó a reestudiar este idioma y eso hizo que en
el año siguiente me moví como pato en el agua. Siempre tuve problemas con sus
variantes en los acentos y a la hora de escribir sigo teniendo problemas , pero
lo pronuncio y puedo entenderlo con bastante solvencia. Pero llegaba el Inglés
y para prevenir la cosa me fui a una profesora que en forma individual me
adelantó todos los tópicos que iba a tocar en el próximo año. Cuando comienzo a
cursarlo en el colegio descubro que la profesora era muy complaciente. No nos
condenaba por la dificultad natural que cada uno presentaba y conseguí superar
la primera valla. Incluso ese año fui el mejor alumno del colegio, primero en
el cuadro de honor (algo que hoy se ha
discutido mucho por considerarlo discriminatorio, lo que demuestra la
incapacidad de entender que la discriminación existe y el juego de premios y
castigos es la única forma de incorporar que hay que hacer bien las cosas porque
vale la pena. De otra manera tiramos para abajo y da lo mismo lo uno que lo
otro).
En ese momento fue cuando decidí marcharme a Buenos Aires
para completar el secundario y en forma simultánea el ingreso a la facultad de
Medicina. Casualmente en el colegio en el que cursé el último año del
secundario no habían tenido un buen inglés el año anterior porque su profesora
había estado enferma y tuvo que faltar mucho. La profesora de ese año,
entonces, decidió repetir todo el programa de primero, con lo que yo estuve muy
cómodo pero no avancé nada en mi conocimiento. Cuando, ya médico, estaba
haciendo la especialidad, entre todos contratamos a una profesora para que nos
enseñara el bendito idioma. Vino durante un año y no volvió más. Con lo que
volvía repasar lo primario pero no pasé de ahí. Estando mi hijo en el colegio,
bilingüe, y donde aprendió a hablar inglés aún mejor que su propia lengua, con
mi esposa y otra persona, comenzamos con un cursillo con una de las profesoras
del colegio para manejar, fundamentalmente, conversación. Triste, muy triste,
porque para mi es imposible conversar con unos sonidos que me resultan dificultosísimos incorporar, menos aun entender.
Consecuencia, y lo reconozco, es por mi incapacidad y una
falla en mi cultura, el idioma de las islas es una serie de expresiones
guturales que no me dicen nada y que por lo tanto pasan muy lejos de mi
cerebro. Por suerte hablo el español, que es uno de los idiomas más perfectos,
y puedo disfrutar de muchísimas obras que tienen un vuelo y una sonoridad
fantásticamente hermosa. No voy a negar que me gustaría entender ingles,
francés, japonés, chino y todos los idiomas del mundo. La palabra es el
instrumento más maravilloso para hacer que los seres humanos se comuniquen y un
código que hoy, nos separa irremisiblemente e impide que podamos intercambiar
ideas y conocimientos.
Pero hete aquí que me encuentro con algo que me resulta
gracioso, insólito e incomprensible. Donde el doble mensaje me desorienta
terriblemente, más allá de todo lo que me perjudica.
Los anglo parlantes tienen por costumbre festejar algunos
días de su tradición que no tienen relación con la nuestra: Día de San
Valentín, Día de San Patricio y Día de todos los muertos o Día de Brujas. Y
aquí viene lo gracioso, sistemáticamente recibo de los amigos internautas, en
especial los dueños de la lengua, canciones en inglés, frases en inglés, y
hasta mensajes en inglés. Pero de pronto tienen una fobia tremenda contra lo
que podría ser divertido, aunque no sea parte de nuestras costumbres. El día de
todos los muertos, recuerdo que mi madre me llevaba al cementerio a poner
flores en todas las sepulturas olvidadas por el resto del año. ¡La pucha! Hubiera
preferido, salir a jugar disfrazado proponiendo trato o travesura.
Caray, no decimos nada contra Saint Patric porque ahí
chupamos cerveza hasta reventar y eso es divertido. Protestamos algo menos
contra San Valentín porque por ahí conseguimos algún chocolate o ligamos, y
nunca está de más. Pero nos oponemos a Halloween porque allí no participamos,
los que se divierten son los chicos y los adultos protestamos contra las
costumbres “americanas” que se globalizan.
Hay algo peor aún que por más que me desgañite, tratando de
contárselo a todo el mundo, no me dan bolilla ni por casualidad. El día del
padre que festejamos es el del padre estadounidense. Un señor que quedó viudo,
no he preguntado por qué, y solo, fue capaz de criar a sus 9 hijos.
¡Maravilloso! ¡El Superman de los padres! Creo que debe haber miles de ejemplos
iguales o mejores en cualquier parte del mundo. Pero claro, eso es diferente a
Halloween. ¿En qué? No sé, no lo entiendo. Tal vez alguien me lo explicó pero
como lo hizo en inglés no pude llegar a enterarme.
Creo que el ser humano es absurdo, cobarde e hipócrita. Y no
me excluyo. Hacemos lo que nos conviene y nos figuramos ser grandes personajes
cuando suponemos que nadie nos está mirando y nos sentimos importantes por las
cosas “sesudas” que decimos.
¿Y si probamos con ser humildes? ¿Y si probamos el caminar
por el sendero del respeto a los demás? ¿Sería bueno, no? Mientras no me
golpees con un huevo ¿qué problema hay en que te diviertas con lo que quieras?.
El que no haya pecado que arroje la primera piedra. Sinceramente no me
atrevería a decirlo. Creo que todos al unísono comenzarían a arrojar las piedras
seguros de que su alma está limpia y sin pecados.
Lo que ocurre es que a veces me cuesta tratar de ser humilde
y pensar que puede que no tenga la razón, y entonces se me escapa, aunque
apriete los dientes y no quiera decirlo, una frase que sintetiza mi pensamiento:
¡Que manga de pelotudos!
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