Allí, justamente en ese lugar, ni un poco más allá ni un
pelo más acá, había un pueblo.
Un pueblo con gente.
Gente que caminaba permanentemente.
Todos los días.
Un día alguien dijo: Oh… y abrió grandes sus ojos.
La gente le sonrió y siguió caminando.
Entonces ese alguien volvió a decir: Oh, oh…
Ni los que podían entender lo entendieron.
Estaban tan ocupados en sus propias cosas.
Claro, cosas importantes.
¿A quién le podía interesar un ¡Oh!?
Cuando la avalancha cubrió brutalmente al pueblo nadie pudo
escapar.
Ni siquiera el gato que dormía al sol.
Un montón de cosas quedaron sin hacer.
Pero eso ya no importaba.
En la punta de la iglesia, encaramado con brazos y piernas,
sólo un alguien sobrevivió a aquel suceso.
Desde su atalaya contempló el desastre y exclamó: ¡Oh!
Alberto O. Colonna
No hay comentarios.:
Publicar un comentario