No se sentía muy bien. Había dormido mal y hoy los cólicos
arreciaban de tanto en tanto.
-
Algo que comí ayer – pensó en voz alta.
Tenía tanto para hacer ese día que a pesar de todo decidió
salir.
Llegó hasta la esquina de Guilmore y O’Conor. Se sentía realmente
mal. Estuvo a punto de volverse, pero su amor propio pudo más y decidió, al
menos, realizar los trámites indispensables.
La gente se movía como muñecos animados, cada uno metido en
su mundo, se esquivaban sin golpearse como si fuera un juego mecánico. La
mayoría con los auriculares o hablando con el celular.
-
¡Qué mundo de locos! – pensó.
Se paró frente al cruce peatonal, estaba liberado para su
paso pero decidió esperar al próximo cambio. Le daría más tiempo.
Veía correr a mujeres con niños a la rastra, ancianos que
cruzaban sin posibilidades de llegar a la vereda opuesta, hasta individuos que
esquivando los autos, como modernos toreros tecnológicos, pasaban evitando los vehículos que se lanzaban desbocados apenas calculaban que el semáforo iba
a cambiar.
Finalmente se encendió la luz roja, el hombrecito blanco,
resplandeciente, que remedaba a alguien caminando, le indicó que podía atravesar
sin riesgo.
De cualquier forma caminó rápidamente. Iba viendo las
franjas blancas que lo conducían a salvo hacia la acera opuesta. El dolor
ondulaba, subía y bajaba, como en un ascensor.
Honestamente no lo vio venir. No lo imaginó, posiblemente
preocupado por sus molestias, de lo contrario habría mirado. Pero la moto se
materializó como un acto de magia. Giró y encaró la calle como si fuera
cuestión de vida o muerte. El motor rugiendo a pleno. Ni uno ni el otro
pudieron evitarse.
El golpe fue seco, violento, atroz. Sintió como se elevaba
en el aire, volaba, giraba e, inmediatamente, impactaba contra el duro cemento.
No experimentó dolor. Apenas la sorpresa. Quedó inmóvil en medio del asfalto, el
cielo transparente se iba cubriendo de nubes.
Vio cuando alguien se acercaba con cara de desesperación. El
casco entre las manos le hizo deducir que debía ser el motociclista que lo
había atropellado. Casi en sueños lo oyó decir:
-
No lo vi… no pude evitarlo… perdón señor, perdón…
-
Unas personas vestidas de blanco se acercaron y tomando al
de la moto por los brazos se lo llevaron.
-
¿Me perdona señor? Por favor ¿Me perdona? –
gritaba mientras casi lo arrastraban.
Quiso contestar pero todo se le fue oscureciendo. Oyó otras
voces, algo que parecía una sirena y no supo más nada.
……………………………………………
Dolor, un dolor intenso le perforaba el cráneo. Llegó a ver
que alguien o algo se movía. Unas voces que no pudo entender hablaban entre sí.
Una luz intensa. Luego nuevamente la oscuridad.
…………………………………………..
Fue abriendo los ojos casi con miedo. Primero uno y luego el otro. Pudo ver el suero que gota a
gota se deslizaba por una tubuladura que llegaba, entre telas adhesivas, a su
brazo. Tenía una pierna enyesada y en alto. Movió la mano libre lentamente y se
tocó la frente. Un vendaje le cubría totalmente la cabeza.
-
Hola… dormilón… parece que nos despertamos… ¿eh?
-
-
¿? –
-
Bienvenido… casi no la cuenta ¿No? –
Entonces recordó todo. La moto. El golpe. Los sonidos. El
dolor. Uh, ya no tenía dolor… bien.
Se dio cuenta que estaba en un hospital.
-
¿Que… que pasó?… -
-
Lo atropelló una moto… -
-
Sí, eso es lo único que recuerdo… después nada…
-
-
Es que se salvó porque justo pasaba una
ambulancia cerca y la gente la paró… lo trajeron justito… tenía un coagulo en
la cabeza… lo tuvieron que operar… -
Cerró los ojos tratando de imaginar cómo había sido. Y le
vino el recuerdo del joven pidiendo perdón. La desesperación con que se lo
pedía. Le dio lástima.
-
¿Qué pasó con el de la moto? ¿Se hizo algo? –
-
¿Algo? Ja… -
-
¿Qué quiere decir? –
-
Salió despedido y dio con la cabeza contra el
cordón. No tenía el casco puesto así que murió en el acto… No hubo nada para
hacer… -
-
Per…. –
-
Venía como loco y sin ponerse el bendito casco…
No hay caso… No aprenden nunca – exclamó la enfermera mientras salía hacia el
pasillo y se iba hacia la habitación vecina.
-
No… no se vaya… espere… yo.. yo… -
Pero la joven ya se había retirado.
El hombre quedó balbuceando.
Quiso comprender que había sucedido. El dolor de cabeza
comenzó a reaparecer. Decidió que no valía la pena tratar de entenderlo.
Ya tendría tiempo.
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