EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

sábado, 16 de mayo de 2015

LEVADURA (por Diego Alberto Colonna)

Al ir de compras siempre recomiendo llevar una lista, no sea el caso que uno pudiese olvidarse de un producto que luego resultase en la molestia de tener que hacer todo el trayecto de regreso al mercado.
“Leche” punto “Pan” punto “Kilo de papas”.
“Levadura” me frené sobre mis pasos con las bolsas en mis manos “Levadura, la puta madre”.
Miré hacia los lados, una avenida larga de dos manos que convergía en otra avenida que daba justo al mercado del barrio. No me había alejado lo suficiente pero de cualquier forma consideraba de manera prácticamente matemática los porcentajes de ganas que tenía de regresar a buscar la levadura que había olvidado comprar.
En mi mente cree una simulación de eventos de las repercusiones que podría tener no comprar la levadura. Mi esposa me miraría con tristeza afirmando que tenía todo excepto el ingrediente para terminar su receta. En otro escenario Laura me afirmaba que no había problema y que podía cocinar sin la necesidad de levadura. En otro escenario podía levitar lo cual es algo absurdo pero dado que mi mente estaba totalmente absorbida por la idea de levadura parecía una conexión lógica, al menos fónicamente, a la “levitación”.
No estoy seguro, e imagino que nadie lo está realmente, que es lo que ocurrió luego y simultáneamente que mi mente pensaba en la lista del supermercado.
Tuve calor. Un calor intenso que chamuscaba mi diminuta barba mal cortada. Mi lado derecho se iluminó con el fervor de una explosión inmediata que fulminó lo que fuese que había junto a mí.
No escuché los gritos pero pude ver a los pocos vecinos que había a mi alrededor gesticulando en terror. Luego, llegaron los otros. Figuras vestidas en disfraces improvisados de bolsas de basura, diarios y cinta adhesiva. Sus caras cubiertas. Sus intenciones claras mientras derrumbaban a un hombre al piso para reducirlo a manchas sobre el asfalto con sus propias manos. Una señora cayó, sus brazos intentando tomar su espalda donde salía un largo proyectil de madera. Pude ver al sujeto con la ballesta recargando su próximo tiro cuando un hombre de traje salto sobre su ser, clavando una pluma fuente en su garganta.
En la avenida del mercado podían escucharse estrepitosos sonidos de cristales siendo arrasados. Encuadrado por los edificios podía ver la gente corriendo de un lado al otro mientras vehículos se deslizaban sin control estrellándose entre sí. La bocina de uno de ellos aullando con su dueño desplomado sobre el volante, la mitad de su torso saliendo por el parabrisas. Su lengua cayendo hacia un lado y de ojos vidriosos.
Las bolsas pesaban en mis manos. Las papas. La leche. El pan.
“La levadura” me dije. “Si solo pudiera conseguir la levadura todo estaría bien”.
Nunca supe qué clase de lógica incoherente era esa.  Ese pensamiento extraño que corrió por mi cabeza tan solo momentos antes que la sombra detrás de mí impactara con la fuerza suficiente para tirarme al piso.
Pude ver sus pasos continuar, dejándome atrás, con el sonido de madera de un tablón cayendo de sus manos.
Fue cálido al principio, confusamente cálido. Podía sentir como si algo se deslizara por mi nuca hasta hacerse presente frente a mis ojos como un diminuto charco. No podía moverme pero una de las latas de los productos que había comprado había logrado rodar hasta mi campo de visión. Evidentemente había dejado caer las bolsas. Torpe.
Empecé a sentir agujas heladas que lentamente se transformaron en una sensación absoluta sobre mi cuerpo. Intenté moverme pero, sinceramente, solo quería dormir. Acostarme en esa pegajosa, cálida, rojiza substancia frente mío.
Una bruma negra nació de los lados de mi rostro, cubriéndome y centrando mi visión en un diminuto túnel de lógica donde podía intentar entender qué sucedía.
La lata se sacudió una vez, luego otra, finalmente rodó hacia un lado, lejos de mi túnel de coherencia, y entendí, dentro de mis limitaciones, que lo que había iniciado había encontrado su fin.
Figuras frente a mí caminaban confundidas pero sin apuro.
De las puertas salían curiosos a observar.
Una persona parecía estar sacudiéndose el traje, acomodándose el saco y caminando normalmente.
Un auto pasó lentamente a mi lado y pude ver cómo se marchaba a la distancia.
El túnel empezó a cerrarse. Mis ojos abrumados se oscurecían. Incluso el charco bajo mío estaba frío ahora.
Quise pensar en Laura.
Intenté pensar en todo lo que merecía la pena ser pensado.
Sin embargo, en esa avenida, sobre esa vereda, evitado por peatones que se recuperaban de un evento sin explicación, yacía mi ser, como una esfera flotando en el éter, solo pensando una última estupidez.
“Si tuviera la levadura, todo estaría bien”.

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