- ¿Sabés lo que es este mundo? –
- ¿Qué? –
Una ca… ca… una porquería. Si, eso, una
reverenda porquería –
- Tal vez –
- Seguro… Acordate –
Ella lo miró. Sus ojos color miel
brillaban bajo la sombra del viejo árbol a cuyo pie se habían sentado.
- Las chicas del colegio nunca me prestaron
atención… era un descastado – y continuó casi como hablando consigo mismo – Y luego
en la facultad… Erika.. ¿Te acordás de Erika? –
Ella asintió.
- La forma en que me despreció cuando pretendí
salir con ella, y… y… y Soledad, la morocha que siempre andaba con nosotros
¿eh? –
- Claro que me acuerdo –
- Aceptó salir conmigo y cuando quise llevar la
cosa hacia adelante me dijo, muy suelta de cuerpo, que lo hacía para divertirse…
para casarse pretendía otra cosa… ¡Otra cosa! La muy pu… prostituta… -
- No fuiste el único… ya la conocíamos… -
- Y finalmente Andrea… esa fue lo máximo… tres
años de novios, salíamos, me dijo que me amaba y ahora me sale que sus padres
no aprueban lo nuestro… que yo soy un tipo pobre, de barrio… y que ella tiene
que obedecerlos… ¿Y el amor? ¿Y el me juego por vos? A la mier… coles con todo
¿No? ¿La guita, la herencia, la comodidad es más importante? –
- Era previsible –
- Me largó… me dejó plantado –
- Y… Sí –
- La única que ha estado siempre a mi lado desde
que éramos chicos sos vos… la única… -
- Aha… -
- La que me bancó siempre… la… - Y se quedó
callado de golpe. Giró su cabeza y la miró como no la había mirado nunca.
Habían crecido juntos, habían estudiado lo mismo, ella siempre había estado a
su lado ¿Podía ser? ¿Había sido tan estúpido?...
Un rayo de luz escapó por entre las hojas y dio de pleno en
el rostro delicado de María. Sus ojos color de miel estaban más húmedos que de
costumbre. El sol parecía formar un halo
alrededor de su cabecita que, con el cabello recogido, parecía una figura
escapada de un cuadro renacentista. ¿Había estado siempre tan cerca y nunca la
había visto?
Ella sonrió y su cara se iluminó aún más. Con suavidad
extendió su mano y entrelazó sus dedos con los de él. Ambos se levantaron sin
decir nada y lentamente caminaron, y caminaron, tomados de la mano, hasta que
fueron un punto borroso en el horizonte.
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Pasó algún tiempo y en la distancia se podía distinguir una mancha
indefinida que se iba aclarando a medida que se acercaba.
Pronto pudo distinguirse que era María y Juan que volvían
caminando, tomados de la mano.
Sin hablar llegaron al pie del árbol que los había visto
marchar.
Entonces ella soltó la mano de él, quien fue a sentarse aprovechando
la sombra.
Ella se inclinó suavemente y le dio un beso en la mejilla.
- Adiós – Exclamó quedamente.
- Adiós – Respondió él.
Ella se marchó presurosa. En la distancia podía verse que
alguien la esperaba.
El cerró los ojos, se recostó contra el tronco y hablando
para sí exclamó:
- Fue la luz… si, la luz me engañó –
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