EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

domingo, 2 de agosto de 2015

UNA Y OTRA VEZ

    
    
¿Sabés qué? – dijo Juan.
Ella movió la cabeza en ademán de pregunta.
         - ¿Sabés lo que es este mundo? –
         - ¿Qué? –
         Una ca… ca… una porquería. Si, eso, una reverenda porquería –
         - Tal vez –
         - Seguro… Acordate –
Ella lo miró. Sus ojos color miel brillaban bajo la sombra del viejo árbol a cuyo pie se habían sentado.
        -  Las chicas del colegio nunca me prestaron atención… era un descastado – y continuó casi como hablando consigo mismo – Y luego en la facultad… Erika.. ¿Te acordás de Erika? –
     Ella asintió.
         - La forma en que me despreció cuando pretendí salir con ella, y… y… y Soledad, la morocha que siempre andaba con nosotros ¿eh? –
        -  Claro que me acuerdo –
         - Aceptó salir conmigo y cuando quise llevar la cosa hacia adelante me dijo, muy suelta de cuerpo, que lo hacía para divertirse… para casarse pretendía otra cosa… ¡Otra cosa! La muy pu… prostituta… -
         - No fuiste el único… ya la conocíamos… -
         - Y finalmente Andrea… esa fue lo máximo… tres años de novios, salíamos, me dijo que me amaba y ahora me sale que sus padres no aprueban lo nuestro… que yo soy un tipo pobre, de barrio… y que ella tiene que obedecerlos… ¿Y el amor? ¿Y el me juego por vos? A la mier… coles con todo ¿No? ¿La guita, la herencia, la comodidad es más importante? –
         - Era previsible –
         - Me largó… me dejó plantado –
         - Y… Sí –
         - La única que ha estado siempre a mi lado desde que éramos chicos sos vos… la única… -
         - Aha… -
         - La que me bancó siempre… la… - Y se quedó callado de golpe. Giró su cabeza y la miró como no la había mirado nunca. Habían crecido juntos, habían estudiado lo mismo, ella siempre había estado a su lado ¿Podía ser? ¿Había sido tan estúpido?...
Un rayo de luz escapó por entre las hojas y dio de pleno en el rostro delicado de María. Sus ojos color de miel estaban más húmedos que de costumbre.  El sol parecía formar un halo alrededor de su cabecita que, con el cabello recogido, parecía una figura escapada de un cuadro renacentista. ¿Había estado siempre tan cerca y nunca la había visto?
Ella sonrió y su cara se iluminó aún más. Con suavidad extendió su mano y entrelazó sus dedos con los de él. Ambos se levantaron sin decir nada y lentamente caminaron, y caminaron, tomados de la mano, hasta que fueron un punto borroso en el horizonte.
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Pasó algún tiempo y en la distancia se podía distinguir una mancha indefinida que se iba aclarando a medida que se acercaba.
Pronto pudo distinguirse que era María y Juan que volvían caminando, tomados de la mano.
Sin hablar llegaron al pie del árbol que los había visto marchar.
Entonces ella soltó la mano de él, quien fue a sentarse aprovechando la sombra.
Ella se inclinó suavemente y le dio un beso en la mejilla.
         - Adiós – Exclamó quedamente.
         - Adiós – Respondió él.
Ella se marchó presurosa. En la distancia podía verse que alguien la esperaba.
El cerró los ojos, se recostó contra el tronco y hablando para sí exclamó:
         - Fue la luz… si, la luz me engañó –

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