¡Señor! ¡Señor de
la Quebrada! ¡Santo Padre!
Por Tu poder bendito te lo pide una madre
que está viendo morir a su hijito
y te promete, Señor, te promete pa' que le des la vida
hacer estas tres leguas de rodillas
llevando hasta Tu imagen mi hijito.
¿Se movió? No... ¡Sí, se movió!
¡Me mira! ¡Nos mira! ¡Se cumplió el milagro!
¡Gracias, gracias Señor Jesucristo!
¡Ruperto! ¡Ruperto, vení!
Íncate como yo y rézale al Señor de la Quebrada:
Yo soy un rudo paisano;
Yo soy un rudo hombre de campo
que a fuerza de mirar siempre pa'bajo
no cree en mas poder que el de sus brazos.
Pero, si me haces el milagro;
Señor, si me haces el milagro
de curármelo a mi hijito
yo te ofrezco, a mi vez, la manadita
de mis veinte cabras blancas
y mi vaca y mi mula
y pa' vos tengo también mi mano zurda
si es que mi pobre fortuna no te basta.
La leyenda cuenta que el niño curó
mas la serrana murió después de las tres leguas de rodillas.
Y por los altiplanos de la tumba
vaga el rebaño de las veinte cabras blancas.
Y como rara flor de la montaña,
Por Tu poder bendito te lo pide una madre
que está viendo morir a su hijito
y te promete, Señor, te promete pa' que le des la vida
hacer estas tres leguas de rodillas
llevando hasta Tu imagen mi hijito.
¿Se movió? No... ¡Sí, se movió!
¡Me mira! ¡Nos mira! ¡Se cumplió el milagro!
¡Gracias, gracias Señor Jesucristo!
¡Ruperto! ¡Ruperto, vení!
Íncate como yo y rézale al Señor de la Quebrada:
Yo soy un rudo paisano;
Yo soy un rudo hombre de campo
que a fuerza de mirar siempre pa'bajo
no cree en mas poder que el de sus brazos.
Pero, si me haces el milagro;
Señor, si me haces el milagro
de curármelo a mi hijito
yo te ofrezco, a mi vez, la manadita
de mis veinte cabras blancas
y mi vaca y mi mula
y pa' vos tengo también mi mano zurda
si es que mi pobre fortuna no te basta.
La leyenda cuenta que el niño curó
mas la serrana murió después de las tres leguas de rodillas.
Y por los altiplanos de la tumba
vaga el rebaño de las veinte cabras blancas.
Y como rara flor de la montaña,
extraña entre las piedras y las zarzas,
los cinco dedos de una mano zurda
quedaron junto al Dios de la Quebrada.
A. Sevilla Sinclair
los cinco dedos de una mano zurda
quedaron junto al Dios de la Quebrada.
A. Sevilla Sinclair
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