EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

lunes, 23 de septiembre de 2013

IDOS A CAGAR!!!

IDOS A CAGAR

Expresó con furia luego de apagar el ordenador violentamente.
Había “tirado” currículos para todos los rincones del planeta y no había obtenido ninguna respuesta.
Eh… Bueno… A decir verdad ninguna respuesta satisfactoria.
Había respondido cientos de cuestionarios.
Había demostrado su capacidad luego de realizar un millón de pruebas.
Los pocos que se habían conectado con él le preguntaban cuanto quería ganar.
Necesitaba ese trabajo así que pedía la mitad de lo que habitualmente se pagaba en su actividad y siempre había alguien que se ofrecía por menos, y aunque no tuviera el legajo que él poseía se lo daban al otro porque era más barato.
No hablemos de los que tenían el apoyo de alguien importante.
Recurrió a suplicar, a pedir por favor y en última instancia a preguntar la razón de por qué no le daban el trabajo.
¿Alguien le respondió? ¿En que siglo vivís? A nadie le importa un pito del otro.
La educación y las buenas costumbres están pasadas de moda.
Cero, nada, ni por si o por no, mucho menos dando razones que le podrían haber servido para mejorar sus cosas.
Responder, ser, al menos amable o mínimamente educado. Pero ¡Qué estoy diciendo! ¡Pedazo de hijos de ….!
Comprendió que estaba solo, que todas esas hermosas palabritas que muchos le arrojaban por Internet o por cualquier otro medio no era más que una burda mentira, un juego hipócrita de aquellos que se llenaban la boca con frases grandilocuentes que los hacía sentir orgullosos e importantes, pero que a la hora de los “bollos” ¡joderse amigo!
Tomó el arma que tenía guardada en el cajón de la alacena y salió a la calle.
Al primer infeliz que encontró le metió el caño en la nuca y le ordenó que le diera todo lo que tenía.
El pobre desgraciado era un desocupado como el y lo único que tenía en sus faltriqueras era hambre.
Sacudió la cabeza y dejó de imaginar cosas.
Se levantó lentamente. Se dirigió al balcón de su pequeño departamento y, como si tomara impulso para un salto triple, grito, haciendo bocina con sus manos: ¡IDOS A LA MIERDAAAAA!

Y sin agregar una palabra se sentó a mirar televisión.