LA NEBLINA
Los bancos blancos de vieja madera permanecían estáticos
en sus típicos lugares rutinarios. Los árboles extendían sus enormes brazos
intentando alcanzar el cielo, luchando por escapar de la tierra que los
condenaban a este encierro eterno. Esta dependencia subterránea. Continué por
el largo camino de piedras grises. No sentí un alma. Los gritos de los niños,
que no me eran extraños, no me saludaron aquella mañana. Tuve una repentina
sensación de muerte, de una vida apagada. El parque quizás había muerto.
Continué, tan sólo el sonido de las rocas debajo de mis pies me acompañaba en
mi rutina diaria de pasear por el simple hecho de hacerlo. Me liberaba, o al
menos lo intentaba. Como los árboles, siempre luchando por trepar. Elevar mis
brazos al cielo, haciendo fuerza, mientras que mis pies en la huidiza tierra
sentían el pudor de hundirse cada vez más... y cada vez más.
Me detuve. Mis ojos se abrieron con la cualidad vidriosa
de un espejo veneciano. Mis amplias pupilas se abrieron aún más. Adelante mío
la nada se extendía placidamente, como si de alguna manera siempre hubiera
estado allí. ¿Qué hacer? ¿Dar toda la vuelta? No. No podía hacerlo. Era mi
rutina, era mi camino y era mi deber. Cortando brevemente la fina capa blancuzca
con mi brazo derecho me adentré a las fauces espectrales de la enorme sabana
vaporea. Tantee entre la confusión lo que tenía alrededor. Pronto hallé, sin
mucho análisis, que no había nada que tantear. Que mis alrededores era la nada
misma. El sonido era carente, los olores, colores y tacto también. La vida
parecía congelada en una manera no ortodoxa de aplicar el tiempo. Sin
comprender que hacer avancé, continué sin notar mi inútil intento de caminar.
Sin embargo lo vi. Un hombre. La sombra de uno, al menos. Al principio sentí
pánico, temí que fuera un maleante o alguna clase de sujeto por el estilo.
Luego supuse lo contrario, que tan solo era un pobre tipo que como yo se había
perdido. Lo llamé a gritos, mis pulmones estallando por el arranque propio
debido a mi obvia desesperación. Escuché un débil eco, pero nada más. Moví la
mano para donde él estaba, sacudiendo rápidamente mi puño abierto por los
aires. El sujeto me respondió igual. No sabía qué hacer de la situación, como
responder a estas obvias burlas por su parte. Con un pequeño impulso me largué
a su caza, avanzando rápidamente logre de alguna manera ponerme a centímetros
del hombre. Su figura extraña se me fue acercando, primero como una sombra
luego como una cara conocida. Me estremecí de horror, mi cuerpo convulsionó en
un estrepitoso frenesí de pánico. Lo contemplé con miedo. Mi corazón no podía
detenerse, debía, pero no podía. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte.
Debía descansar, mi mente no... No podría... LATIDO. Cada vez más fuerte. LATIDO.
Mi dedo tembloroso avanzó casi como un autómata, ordenado por mis propios
instintos de curiosidad humana. El índice avanzó, la misma línea semí-recta (ya
que estaba temblando) hasta tocar un tope. LATIDO.
Lo sentí. Era real. Su cuerpo suave como la masilla, tan duro como un autentico
esqueleto. Él me sintió también. LATIDO.
Su dedo punzante me probaba, me tocaba duramente en mi pecho. LATIDO Comprobando como yo...
Averiguando... Calmando su LATIDO
corazón, sus LATIDO pensamientos, sus
LATIDO dudas... No podía bajarlo, y
él tampoco, mi dedo incrustado en su costilla derecha. El suyo en mi costilla
izquierda. Me dolía. Mucho. Levanté mi mirada y entonces lo pude, si no
comprender, ver totalmente. Su cara, su cuerpo, su todo. Era LATIDO idéntico LATIDO a mí... Era LATIDO
yo. Adelante mío una replica exacta a mí me observaba, me tocaba como yo lo
hacía, LATIDO me probaba y comprobaba
mi realidad. Y los dos existíamos, los dos nos sentíamos. LATIDO Los dos nos veíamos y los dos poseíamos las mismas
características. El pequeño rasguño en el mentón, la marca de acne que desde
los doce años tenía. LATIDO Hasta la
misma expresión de horror se dibujaba en el idéntico rostro suyo. LATIDO LATIDO LATIDO ¿Qué era esto...? LATIDO LATIDO LATIDO ¿Qué clase de juego funesto era este...?
Bajamos nuestras manos, los dos al mismo tiempo. Nos escuchamos. Nuestra
respiración, pesada, agitada. Podía escuchar su corazón. LATIDO Mierda, hasta tenía uno de esos también. Un condenado
corazón. Era más real de lo que lo que quería creer. Estiré mi temblorosa mano
para adelante otra vez, él repitió la acción, y aquel fue el límite. No pude
más. No pudo más. La oscuridad. Las tinieblas. La neblina... LATIDO oscura... LATIDO Fría... LATIDO
Atrapante... LATIDO LATIDO
LATIDO LATIDO LATIDO LATID... o... LAT...ido... L...atido... latido... latid... lat... l... ...
El parque. El frío parque matutino se despertaba. Su vida
volvía a lo normal. Los pájaros volaron. Los niños jugaron. Los bancos tuvieron
dueños pasajeros y las piedras de los senderos resonaron con el pasar de miles
de individuos. Pero hoy era diferente. Hoy un hombre yacía en el piso, vivo, en
el medio del parque. Sus ojos abiertos, en un trance, en una mueca de espantoso
horror. Allí permanecía, sin decir palabra, sin esbozar una simple expresión.
Su respiración agitada, como perseguido por un espectro fantasmal. En el helado
piso de granito el sujeto yacía con una sola pregunta en su mente. Una duda que
tan sólo la respuesta podría despertarlo. Estaba vivo. Había salido de la
neblina, pero...
¿Quién era él?... ¿Quién había salido de la neblina?...
¿Quién de los dos había escapado de allí? Quizás ninguno de los dos. Quizás no
era la neblina la verdadera cárcel. Quizás los dos, atrapados en un cuerpo
inmóvil, gritan. Aúllan al cielo cuestionando. Preguntando. Encarcelados...
¿Por cuánto tiempo? ¿En dónde? ¿Quién...?
Como los árboles estiro mis brazos, alcanzando al cielo,
intentando por todos los medios de liberarme... ¿De qué? ¿De mi mortalidad? ¿De mi propia conciencia? ¿De mi mismo?
Estiro mis manos, mis músculos me duelen pero sonrío... Es imposible
escapar...