Primero es lo primero.
Y lo primero es contarles que esta es una historia real,
cambiados los nombres y posiblemente algunos diálogos ya que me fue transmitida
oralmente por uno de sus protagonistas. Es absolutamente real y ocurrió en este
siglo XXI aporreado y lleno de desaguisados. Sin embargo…
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Susana era una chica de barrio como cualquiera. Simple. Sin
dobleces.
Se crió en un ambiente familiar común, jugando a los juegos
simples de los chicos de su época. Cuando llegó a la adolescencia, como muchos,
tenía una compañerito de toda la vida,
con el que jugaba a los novios, de esa forma infantil y platónica de hace
cincuenta años atrás.
La vida los fue llevando. Cada uno se dedicó a su trabajo y
fue donde Susi conoció a Ricardo. Un tipo simpático, inteligente, buena
persona. Comenzó a noviar con él y finalmente terminaron en casamiento. Armaron
una vida en común, alegre, despreocupada, sencilla. Realmente era una pareja
bonita. Allí fue cuando los conocí yo. A ella le costó embarazarse pero al fin
lo logró y el matrimonio se completó con una niña, María de las Mercedes, que
fue como ponerle la frutillita al postre. Treinta dos años pasaron de un feliz
matrimonio, donde tuvieron un buen pasar, vieron crecer a su hija y
compartieron viajes, vacaciones, días felices y otros no tanto.
Voy a contarlo como yo lo recibí a lo largo del tiempo.
Un buen día me llega un mail. Era de Ricardo. En el, muy
claramente, blanqueaba su situación informando a todos sus conocidos que su
relación con Susana había terminado. Que ya no iban a compartir su vida y que
cada uno iba a seguir su rumbo. Honestante fue una tremenda sorpresa. Primero
por el hecho que me lo informara de esa manera, fría, racional, extremadamente
“civilizada”. Segundo porque nada hacía pensar que algo así podía suceder. Para
no hacerla muy larga, después me enteré que había una tercera en discordia.
Ella lo tomó con toda la angustia que pueden imaginarse,
pero con una actitud correcta, simple, de esa niña de barrio que había crecido
haciendo juegos inocentes. Siguió trabajando y se mantuvo dignamente,
acompañada por su hija y manteniendo una buena relación con su, ahora, ex
marido. A tal punto que llegaron a un divorcio civilizado, que se cumplió sin
ningún inconveniente.
Ella seguía compartiendo su vida con su familia que aún
permanecía en el barrio de origen.
Falleció la mamá de su viejo amigo de la infancia y fue
parte del cortejo fúnebre.
Para esas Navidades, como todos los años, se reunió la
familia y, como siempre, invitaron a la familia vecina, que ahora había quedado
reducida al joven, que dicho sea de paso se había quedado soltero. Eduardo, que
así se llama, no había tenido ningún romance en todo ese tiempo.
No aceptó concurrir por la reciente muerte de su madre ya
que no estaba con ánimos de fiesta pero prometió que lo haría el próximo año.
Pasó justamente el año y llegaron las fiestas y fueron a
invitarlo. Le explicaron que como siempre iba a ser una reunión familiar. Ya lo
sé respondió él, van a venir los de siempre, incluida Susana, su hija y
Ricardo. ¿Cómo no lo sabés? Susana está separada desde hace dos años.
El no dijo una palabra. Concurrió a la fiesta y todo fue tal
lo planeado. Una reunión familiar sin nada que llamara la atención.
Nada que llamara la atención, salvo para María de las
Mercedes.
Cuando se volvían para casa, como quien no quiere la cosa le
pregunto a su madre. “Ma, ese hombre, Eduardo, ¿Está casado?” “No hija ¿Por
qué?” “Porque durante toda la noche no te sacó los ojos de encima”. Nadie
agregó nada más.
Pasados unos días Susana recibió una llamada en su celular.
“Habla Eduardo! “Hola Eduardo estaba por llamarte porque ya
conseguí la dirección que me habías pedido, ya te pas…” “Es que no llamaba por
eso… Quería que nos encontráramos para tomar un café, tengo algo que decirte. Donde
vos digas” Susana hizo silencio, durante unos segundos sintió que algo latía
dentro suyo, respiro hondo “Está bien nos encontramos en San Juan y Boedo, nos
queda cómodo a los dos”.
Ya hacía rato que la estaba esperando. Cuando ella llego le
hizo señas y galantemente la invitó a sentarse y le acercó la silla. Ella fue a
decir algo, esas frases comunes que se suelen repetir como para iniciar una conversación,
pero él no le dio tiempo, lo dijo sin dar vueltas, probablemente hacia mucho
que lo había ensayado: “cuando yo tenía 20 años y vos 16, te estaba esperando
para declararme y te vi llegar acompañada de tu novio, Ricardo, con quien te
casaste. Pasaron cuarenta años y hoy la vida me vuelve a dar una oportunidad y
no pienso dejarla pasar”
No sé lo que pasó después. No me lo contó. Pero puedo
asegurar que yo la miraba e irradiaba luz. Un halo imperceptible y
fosforescente la rodeaba y el cuarto se llenó de una sensación inmensa de una
felicidad que quiso regalarme. Regalársela al médico y amigo, que durante tanto
tiempo compartió sus cosas más preciadas.
Me sentí feliz y orgulloso.
Y me dije, para mis adentros: No todo está perdido.