La rioja es un pueblo extremadamente religioso y
tradicionalista. Arrastra una historia que viene de más de 400 años donde los
pueblos originarios de la zona han mantenido sus costumbres, su lengua y muchas
de sus creencias. Estas se entremezclaron con la religión cristiana cuando se
intentó su evangelización. El Tinkunaco es un ejemplo de ello. Un festejo
originario que termina enredado con la historia de un santo franciscano, san
Francisco Solano, para transformarse en una ceremonia pagano religiosa que
llega prácticamente intacta hasta nuestros tiempos.
En nuestra visita a La rioja tuvimos la suerte de
encontrarnos con una ex docente que nos guió por la iglesia de San Francisco y
nos relató vívidamente el desarrollo del Tinkunaco.
Era mi intención relatárselo a ustedes pero hete aquí
que, buscando algo más de información, me encuentro con esta crónica, escrita
por Mariel Caldas, tan perfecta y emotiva que he preferido que sea ella quien
se los cuente y los impregne de la emoción que sus palabras contagian.
El
Tinkunaco riojano
Una celebración que desde hace más de 400 años nos llama al encuentro y la reconciliación
Autor: Mariel Caldas
Una celebración que desde hace más de 400 años nos llama al encuentro y la reconciliación
Autor: Mariel Caldas
Desde hace varios siglos, el último día de cada año civil, a las doce del
mediodía en punto, encontramos en La Rioja capital un acontecimiento sin igual,
el “Tinkunaco” o topamiento. Esta fiesta, tiene como base una fiesta ritual
diaguita que se realizaba en la época de las cosechas, aproximadamente en
nuestro enero. En ella y entre sus ritos, hombres y mujeres se ubicaban en dos
filas e iban danzando hasta “toparse”. El Tinkunaco actual se basa en aquel
ritual nativo, pero es también recuerdo y actualización del encuentro entre San
Francisco Solano, los caciques y tribus diaguitas, y los españoles que
usurparon las tierras de la actual La Rioja, un 15 de abril, jueves santo, de
1593. Desde que La Rioja fue fundada por Juan
Ramírez de Velasco el 20 de mayo de 1591, los nativos del lugar fueron
despojados de sus derechos y libertades. Cuando este español tomó esas tierras,
las repartió entre los suyos como si siempre hubieran sido propias, y a los
diaguitas no les dejó nada. Pero no solamente era una cuestión territorial, el
español erradicaba su idioma, sus normas de convivencia, su agricultura, sus
plantas, sus técnicas, su sistema de creencias, su cultura. Por esa causa, los
caciques diaguitas se unieron a las puertas de la ciudad, para enfrentarse a
los abusos que los españoles estaban cometiendo con ellos. Cabe aclarar que,
las tribus diaguitas sólo se unían cuando se sentían amenazadas, por lo que su
accionar no era sólo un ataque, sino una actitud de defensa de lo propio. Según
lo relatado por las crónicas de la época, cuarenta y cinco caciques diaguitas
junto con su pueblo llegaron a la ciudad de La Rioja, y ante los maltratos
recibidos por parte de los españoles, decidieron desviar el curso del río que
proveía el agua a la ciudad e ir a enfrentarlos. Su presencia causó tanto temor
entre los europeos, que el capitán Pedro Sotelo Narváez les solicitó a los vecinos
del lugar que se armen y consigan caballos para defenderse de los aborígenes.
Cuenta una leyenda que San Francisco Solano se encontraba evangelizando en la
zona en aquel entonces, e intervino en el conflicto para que los aborígenes no
ataquen la ciudad y a sus habitantes extranjeros. El santo, al ver la inminente
batalla salió al encuentro de los diaguitas y les habló dejando en claro no
obstante, que los únicos culpables de la situación eran los españoles. Nativos
y extranjeros lo escuchaban y entendían, pero sin saber en qué lengua era.
Algunos relatos agregan que, como Francisco les habló sobre los azotes que
sufrió Cristo en su pasión, algunos diaguitas se sacaron su ropa y comenzaron a
azotarse. En la memoria colectiva, se mantiene la idea que los nativos
depusieron su actitud al escuchar las palabras del santo, y que le solicitaron
ser bautizados, pero con la condición de no seguir teniendo, como representante
del rey español y autoridad del lugar, a un alcalde español. San Francisco les
propuso finalmente que la autoridad máxima del lugar fuera un Niño Jesús
Alcalde, una imagen traída probablemente desde Perú o Bolivia, que en su
vestimenta, a pesar de ser un niño, denotaba autoridad en sus alegorías. “Una
hábil jugada política. Los españoles no habrían aceptado como autoridad a quien
tuviese el perfil de un Atahualpa. Esta es una muestra de un conflicto
sociopolítico en el que lo religioso contribuyó para que la sangre no llegara
al río” (J. A. ORTIZ, ¿Qué es el Tinkunaco?, La Rioja 2003, 7).
La actualidad Con respecto a los distintos momentos del
actual Tinkunaco, fueron los jesuitas quienes le dieron “forma litúrgica y
social al hecho histórico”, según palabras de Joaquín V. González (ver J. A.
ORTIZ, “Tinkunaco riojano”: Tiempo americano [1987] 42), al
que monseñor Enrique Angelelli agregó y resignificó varios de sus elementos
cuando fue obispo de La Rioja. Al estudiar el guión de toda la celebración, una
de las cuestiones que más nos asombra es que esta fiesta se celebra casi del mismo
modo, y sólo con algunas interrupciones, desde hace más de cuatrocientos años,
y que aún sigue siendo significativa para el pueblo riojano. Sólo este
instante, al mediodía del treinta y uno de diciembre de cada año, basta para
hablar al hombre riojano el resto del año. Las fiestas del Tinkunaco se
extienden desde el veintidós de diciembre de cada año, hasta el tres de enero
del año siguiente. Las celebraciones giran en torno a dos cofradías, los aillis
y los alféreces. Los aillis representan a los incas y son los encargados de
llevar la imagen del Niño Alcalde, y los alféreces representan a los españoles
y son quienes portan la imagen de San Nicolás. Los aillis concurren a la
Catedral desde el primer día de la Novena de San Nicolás, que se reza desde el
veintidós al 30 de diciembre. Esa es la única noche en la que los aillis no
cantan en el templo. Durante el resto de la novena los aillis cantan su himno,
el Año Nuevo Pacari en quichua, frente a la imagen del santo, acompañados por
un pequeño tambor que el inca golpea con un palillo, y situándose debajo de un
arco de madera sostenido por otros dos aillis, a los cuales se conoce como
arqueros. En las épocas previas a la llegada de monseñor Angelelli a La Rioja,
el inca cantaba en la puerta del templo, lo que implicaba que nadie en el
interior pudiera escucharlo. Cuando le preguntaron al inca Don Luis Romero,
porqué cantaba en ese sitio si nadie le prestaba atención, éste respondió: “No
importa. Yo cumplo con la tradición de cantarlo” (ORTIZ, “Tinkunaco riojano”, 59).
Ante esta situación monseñor Angelelli, dispuso que el canto se realizara
frente a la imagen de San Nicolás, dentro del templo, para que pudiera ser oído
y respetado. El treinta de diciembre, antes de la novena, el arco de los aillis
es llevado a la casa de la mayordoma de la cofradía, quien lo viste con bollos
de tul de color blanco. Cuando la novena de ese día finaliza, los aillis se
dirigen a la iglesia de San Francisco, ya vestidos con sus propios atuendos; en
esa iglesia los está esperando la imagen del Niño Alcalde. Los padres
franciscanos entregan la imagen a los cofrades, y ellos se hacen cargo de la
imagen y del templo al que iluminan velas y cantan. Más tarde, el inca se queda
velando solo, y el resto va a cenar para luego regresar al templo, y permanecer
allí toda la noche. Esa noche, la imagen del Niño Alcalde se coloca en la
puerta de la iglesia, mirando hacia afuera y ubican una hilera de bancos para
los aillis, y para el pueblo que asiste a la velada “hasta el amanecer, hasta
que el Niño Jesús ilumina como nuevo sol”, tal como dice la letra de su
canción. Mientras tanto, la mayordoma de los aillis sirve café a los presentes.
A las cinco de la mañana del treinta y uno de diciembre, suenan las campanas de
la iglesia de San Francisco, a las cuales le siguen bombas de estruendo y
fuegos de artificio para festejar el amanecer del año nuevo –no del año nuevo
civil que es al otro día, sino del año nuevo simbólico que comenzará a las doce
del mediodía–. En ese momento en La Rioja, el tiempo civil y el celebrativo
cultual parecen diferir; el año nuevo civil se adelanta doce horas, “como si el
tiempo cronológico cediera al tiempo festivo” (N. VILLA Tinkunaco. Fiesta, de todos, Buenos Aires 19972, 23). A las once de la mañana de ese
mismo día los aillis concurren a la iglesia de San Francisco nuevamente
vestidos de cofrades. Cuando entran al templo, cantan el himno Año Nuevo
Pacari, levantan la imagen del Niño Alcalde y lo llevan hacia el exterior,
mientras que los devotos se vuelcan hacia las calles y se dirigen en procesión
hasta la casa de gobierno, frente a la cual se producirá el Tinkunaco. Los
alféreces y su procesión, llevan la imagen de San Nicolás también hacia la
plaza que se ubica frente a la casa de gobierno. Cuando ambas procesiones se
encuentran, todos los presentes, incluso San Nicolás, realizan tres
genuflexiones ante el Niño, las cuales poseen la siguiente simbolización:
reconocer en el Niño Alcalde al Hijo de Dios, al Rey y al hombre nacido en el
portal de Belén. Luego de cada genuflexión el pueblo aclama: “Niño Alcalde,
Hijo de Dios, te adoramos”. En ese momento, desde la banda municipal se toca la
diana, y algunas salvas comienzan a sonar. Ortiz, uno de los autores que más ha
investigado sobre las fiestas riojanas, describe ese momento como “sublime e
imposible de describir ¡hay que vivirlo! Es el reconocimiento de todos a la
autoridad de Dios” (ORTIZ, “Tinkunaco riojano”, 59). Luego de las
genuflexiones, se produce el abrazo entre los presentes, entre las dos
cofradías. El clero inciensa la imagen del Niño Alcalde, y comienzan a sonar
las campanas de las iglesias, llenando de emoción el aire. La ceremonia debe
realizarse a las doce en punto del mediodía del treinta y uno de diciembre,
justo enfrente de la casa de gobierno, recordando así que aquel día los
españoles cambiaban sus autoridades civiles. El intendente, significando ser
sucesor de los alcaldes españoles, le entrega al Niño Alcalde, en realidad al
obispo, las llaves de la ciudad, simbolizando así que es la verdadera autoridad
para el pueblo riojano. Luego de la entrega de la llave, las dos procesiones se
aúnan, el pueblo acompaña a ambas imágenes al interior de la Catedral, donde
por la noche se celebrará una misa para despedir el año, y en acción de gracias
por el año nuevo. Luego del topamiento, la imagen del Niño Alcalde es
trasladada a la Catedral por tres días, donde quedará expuesta para ser
venerada por sus devotos. El primero de enero se lo dedica a San Nicolás, lo
que indica que para el pueblo riojano esta devoción tiene más relevancia que la
del Niño, cuyo día es el dos de de enero. La misa comienza a las nueve treinta,
en ella el obispo suele aprovechar para realizar una exhortación moral al
pueblo riojano, en relación con el espíritu del Tinkunaco, y en ocasiones hacia
los dirigentes locales y nacionales. Cuando termina la celebración eucarística,
el inca y los aillis se dirigen a la parroquia, y en el patio le cantan al
obispo, luego van a la casa de gobierno y allí le cantan al gobernador. A la
hora de la siesta, los alféreces que siguen a caballo, hacen carreras recreando
el antiguo “juego de las cañas”. A las veinte horas se produce una gran
procesión con ambas imágenes, en la cual participan los fieles y las
autoridades civiles y eclesiásticas del lugar. Esta procesión se acompaña de
cantos, letanías, el rezo del rosario, entre otras manifestaciones de fe, y
suele durar unas dos horas. Se llevan iluminadas las imágenes del Niño Alcalde
y San Nicolás hasta el atrio de la Catedral donde el obispo despedirá a la
multitud. Sigue una misa que se oficia en el interior de la Catedral, y ambas
imágenes ingresan al templo en medio de la algarabía del pueblo. El dos de
enero, dedicado al Niño Alcalde, los padres franciscanos son quienes ofician la
misa. El tres de enero se dedica a los promesantes. Después de la misa de ese
día se realiza una ceremonia parecida a la del treinta y uno de diciembre. En
ella se cambia el Alférez Mayor y Aspirante; los que actuaron en estas fiestas,
pasan por debajo del arco de madera donde cantaba el inca, y entregan sus
insignias a quienes han sido designados para el año próximo. Ese día frente a
la gobernación nuevamente, San Nicolás despide al Niño quien volverá a la
iglesia de los franciscanos hasta el próximo Tinkunaco. Para este día, monseñor
Angelelli realizó aquí otra modificación con el Niño Alcalde, cuando el inca
devuelve la llave. A través de las manos del obispo, le entrega al intendente
una Biblia, y en ese momento el pueblo aclama: “Según esta Ley queremos ser
gobernados.” Monseñor Angelelli basó esta simbología en el libro que la imagen
de San Nicolás tiene en su mano. Luego de la entrega de la Biblia, la imagen de
San Nicolás regresa a la Catedral, y la del Niño Alcalde al templo franciscano.
Los fieles mientras tanto exclaman: “Adiós, Niño hermoso, pal´ año i´ volver”.
Expresión religiosa popular, pero también mensaje social. Desde hace más de
cuatrocientos años, esta fiesta nos llama al encuentro y reconciliación entre
sectores sociales, orígenes, culturas. El Tinkunaco riojano es entonces un
mensaje plástico, que año a año intenta hacerse realidad.
Sobre Relieve que muestra al santo frente a los caciques Diaguitas.
Las historias que se encuentran en cada rincón de nuestro país son fascinsntes, esta es muy emotiva y muy representativa para los riojanos.
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