Viajar es huir de la cotidianidad para sumergirse en un
mundo mágico de nuevas experiencias, lugares que nos deslumbran o sitios que
aun por conocidos nos crean la intriga de lo impredecible.
Conocer un lugar, si bien no es imposible, requiere no solo varias
visitas sino, muchas veces, convivir, estar, aprender y, posiblemente en ese momento,
puedas pensar que lo conoces.
Nuestra intención concretamente fue otra. En nuestro caso lo
que siempre pretendimos fue colocar nuestro pie sobre cada una de las provincias
que componen nuestro vasto suelo argentino. Ver en cada lugar aquello que por
repetido se fue transformando en parte de nuestra vida. Como suelo decir,
parte de la familia.
Catamarca es muy rica en paisajes e historia y era evidente que no podíamos recorrerla como lo merece. Fue así que decidimos solamente tocar dos puntos que son el signo inconfundible del suelo catamarqueño: El santuario de Nuestra Señora del Valle y la Cuesta del Portezuelo.
Ver el santuario, más allá de las creencias personales, porque es
un sitio de peregrinación anual, de veneración no solo del pueblo catamarqueño
sino de muchísimos compatriotas. Es como visitar el Muro de los Lamentos, el
Santuario de Virgen de Lourdes o el Vaticano mismo.
La cuesta del portezuelo porque desde chicos hemos venido
cantando:
“Desde la cuesta del
Portezuelo,
Mirando abajo, parece
un sueño.
Un pueblito aquí,
otro más allá
Y un
camino largo que baja y se pierde”
Y yendo un poquito más allá, y
perdonen que me vuelva nostalgioso, cuando don Atahualpa Yupanqui cantaba:
“Al
pasar por la cuesta del Portezuelo
Salían
a mirarme sus ojos negros.
Nunca
le dije nada… pero que lindo,
Y de feliz le daba mi copla al viento”
Y de feliz le daba mi copla al viento”
Así que allá fuimos.
Salimos tempranito de La Rioja
Capital y por una muy buena ruta nos encaminamos hacia la ansiada Catamarca. Y
aquí comienza lo imprevisible, como decía en el inicio. Nos encontramos con una
columna de autos detenidos en el camino. ¿Qué ocurría? Simplemente ¡Un piquete!
Media hora detenidos esperando que nos dejaran pasar. Finalmente pudimos
continuar nuestro camino y enderezamos para la bendita Catamarca. Habríamos
recorrido unos cien kilómetros y de pronto nos encontramos con otra serie de
autos detenidos. ¿Y ahora qué? Pues nada más y nada menos que otro piquete.
Honestamente es algo lindante con el absurdo. En Buenos Aires se la pasan
haciendo piquetes, cerrando calles, manifestando sus protestas por cualquier
motivo. Uno está acostumbrado a ello, es la Capital, están las autoridades,
tienen difusión… pero en medio de la nada, donde el paisaje árido se
entremezcla con las montañas y los ríos secos y pedregosos, donde solo existe
la nada, nos vuelven a conectar con una realidad diaria que hemos pretendido
dejar atrás. Sinceramente es gracioso, y lo tomamos como tal. Una anécdota más
en un viaje azaroso.
Llegamos a Catamarca, ciudad
capital de la provincia, rondando el mediodía. Debíamos calcular que el viaje
de regreso sería por la misma ruta, con los mismos inconvenientes.
El horario era especial, justo la
salida de los colegios que, aparentemente, es igual en todos los lugares, por
lo menos de nuestro país. Parecía que alguien había pisado un hormiguero. Nada
que ver con la tranquilidad riojana. Aquí la gente se movía nerviosa, apretada,
tan estresada como el Buenos Aires que habíamos dejado atrás. Nos sorprendimos.
Buscamos un playa de
estacionamiento y encontramos dos que informaban: “Abierto 24 hs”. Genial. Mi
mujer, más desconfiada que yo me dice: “Preguntá para asegurarte”. Tenía razón.
“Si señor, 24 hs abierto, ahora cerramos a las 12:30 y reabrimos a las 17,00”
nos respondió el playero con una sonrisa. ¡Uh!. Veinticuatro horas abierto pero
la siesta es sagrada y no se cuenta. Otra anécdota insólita de nuestro
recorrido. La idea era dejar el auto una hora aproximadamente para ver la
Virgen del Valle, que está en la Catedral, y luego irnos rápidamente a conocer
la Cuesta. Pero si nos quedaba el vehículo secuestrado hasta las 5 de la tarde
estábamos perdidos. Decidimos buscar un estacionamiento en la calle, a unas
cuantas cuadras del sitio que queríamos visitar.
Caminamos apurando el paso,
entremezclándonos con la infinidad de gente que se movía nerviosamente,
recogiendo a sus hijos de los respectivos colegios, con un estrés que no se
condice con el tiempo que posteriormente se toman para descansar (¿?) hasta
entrada la tarde.
Yo me detuve a tomar fotos del
edificio de la Catedral. Un bellísimo representante de la arquitectura colonial
de toda la zona. Mirta corrió hacia el interior antes que el cura también se
fuera a dormir la siesta y nos dejaran afuera.
Por suerte eso no pasó. Como debe
ser, la Iglesia, no cerraba sus puertas, y dispusimos con toda tranquilidad
para ver y maravillarnos con ese recinto.
La Virgen estaba dada vuelta. Evidentemente
había que entrar al camarín para poder ver la imagen tan venerada por gente de
todo el país.
Mirta se encargó de encontrar el
camino. Lo interesante fue que llegamos cuando el Obispo estaba realizando un
bautismo. Todo el mundo sacaba fotos así que no tuvimos ningún inconveniente
para tomar todo tipo de imágenes.
Luego volvimos hacia nuestro auto.
Como mi esposa tenía una cierta aprehensión a encarar la cuesta del Portezuelo,
decidimos preguntarle a un taximetrero cuanto nos cobraba por llevarnos. Nos
miró con cara de decir “de que me están hablando” y se excusó diciendo que no
tenía la planilla como para sacar la cuenta. Nos dirigimos a otro y obtuvimos
el mismo resultado, consecuencia fuimos en nuestro vehículo.
Resulto más simple de lo que
pensábamos. Una cuesta bastante empinada con un camino serpenteante, curvas
cerradas hasta llegar a los miradores que dejaban ver toda la ciudad de
Catamarca y toda la serranía que la rodea. En el segundo mirador hay un
recuerdo hacia los creadores de la canción que hizo famosa a esta cuesta.
Y esto es lo interesante, la
imaginación increíble de sus compositores, les hizo inventar una cuesta que no
existe. No hay un pueblito por ningún lugar, no existe el camino largo que baja
y se pierde, honestamente una total frustración.
Contentos por haber cumplido con
nuestras metas y con la desilusión de comprobar que la creatividad a veces nos
hace imaginar las cosas de una manera diferente a lo que son realmente.
Volvimos a topar con los piquetes,
volvimos a esperar el tiempo necesario y volvimos a la Rioja, dispuestos a
continuar con la aventura de recorrer un camino que nos habíamos prometido allá
lejos y hace tiempo.
“¿Qué
miraran sus ojos en estos tiempos?
Mi
corazón paisano quedó con ellos.
Nunca
le dije nada, pero que lindo,
Solo
tengo la copla pa mi consuelo”
Toda una experiencia, hermosamente compartida. Encontrar otras costumbres, convivir con ellas, explorar espacios nuevos una maravillosa manera de estar vivo.
ResponderBorrarMuy buenas las acotaciones al viajero.