EL PARAISO O EL INFIERNO

Cuando uno expone sus trabajos al publico puede tener una respuesta agradable o ser ignorado olímpicamente. Pasamos del paraíso al infierno en pocos instantes. Y uno debe hacer el ejercicio de construir lo que le gusta sin importarle lo que el otro piense. Si algo es bonito para mi deberá ser suficiente. Es un ejercicio difícil. Las caricias son agradables, pero lamentablemente hoy las manos están para otra cosa.

domingo, 2 de noviembre de 2014

LA PLAZA LIBERTAD

 Parece que el término de Plaza Libertad viene desde la época de Rivadavia donde, en una publicación oficial, ya se la menciona como un área verde o parque de la ciudad.
El sitio, en realidad, era un terreno baldío, en donde crecían los yuyales, mezclados con los ombúes y que se lo conocía como “el hueco de Doña Engracia”.
No hay una información definida sobre este personaje, pero se supone que era quien habitaba ese lugar, y se protegía con varios perros que evitaban que le invadieran el sitio.
Tampoco hay un registro exacto de cuando se le dio forma de parque o plaza, ya que en 1872 todavía se hablaba del hueco de Doña Engracia, y de la peligrosidad del sitio, ya que el lugar era totalmente de paso para los festejos que, llegando el mes de octubre, se realizaban en homenaje de la virgen del Pilar y de San Pedro de Alcántara, levantándose las tiendas de atención al público frente al cementerio y para llegar a la plaza de toros, que supo haber en la región del Retiro, y donde se produjo el enfrentamiento cuando los ingleses pretendieron invadir las colonias.
Fue durante mucho tiempo el sitio donde se dejaban las carretas que venían del interior trayendo las mercancías para la Capital.
A pesar de todo el “hueco de los cabecitas o de Doña Engracia” era un lugar peligroso, hasta el punto que en determinado momento, ante los reclamos de la gente, se decidió colocar un policía que estaría de parada en la zona hasta las 22 hs, cuando sería reemplazado por un sereno.
Un dato interesante es que la estatua del doctor Adolfo Alsina, obra del artista Millet Aimé, quedó inaugurada en esta plaza de 10.276 metros cuadrados, el día 1º de octubre de 1882.
Por lo general, siempre se lo ha recordado a nuestro primer intendente municipal, don Torcuato de Alvear, más en lo oral que en lo escrito, como el empeñoso urbanista que hizo posible el proyecto de apertura de la Avenida de Mayo.  Sin embargo, don Torcuato realizó también numerosas e importantes obras, que cambiaron radicalmente el aspecto deplorable que presentaban ciertas zonas de la ciudad.  Procedió a cegar los “terceros”, como se los llamaba a los arroyos formados por las aguas servidas y las pluviales, que obstaculizaban las comunicaciones entre los puntos de mayor movimiento comercial, ya que aquellos profundos cauces corrían por las arterias denominadas Chile, Libertad, Viamonte, Suipacha, Córdoba, Maipú, etc.  Se preocupó, hasta verlo realizado. Se preocupó por el pavimento y arbolado de no pocas calles y avenidas; embelleciendo al transformarlas por completo las plazas Constitución, General Lavalle y Once de Setiembre, delineando y formando, con amplio sentido de la estética, los jardines de la Recoleta, y contribuyendo al engrandecimiento de otros, por ejemplo el Zoológico y el Botánico, en sus actuales puntos de Palermo.  Y en lo tocante a la plaza Libertad, puede leerse en el Censo de la Capital Federal levantado el 15 de setiembre de 1887: “Durante la administración del intendente Alvear sufrió una transformación fundamental, todos los frondosos árboles , que hasta entonces tenía, fueron sustituidos por jardines colocados a un nivel mucho más bajo del suelo, en locales construidos al efecto”. 
Pero en la historia de cada una de nuestras viejas plazas, sobran las páginas relacionadas con los estampidos del fusil, los antecedentes y consecuencias de los choques que originaron los duelos ensangrentados.  Y la plaza Libertad, acaso, cuenta con el mayor número de víctimas; algunas, de la bayoneta, pero las más, de la carabina y el cañón.  La revolución que se produjo en la ciudad de Buenos Aires en la madrugada del 26 de julio de 1890 atronaron los fuegos de artillería entre los ámbitos de las plazas general Lavalle y Libertad. 
En la revolución del 90 hubo acciones y mártires de epopeya, y en la plaza Libertad, cuadros impresionantes que no hubiera desdeñado el pincel del mismo Goya.  “Después de la medianoche en ambos campos reinaba un silencio fatídico”.  Desde el parque – según cuenta el doctor Juan Balestra, que presenció de muy cerca los acontecimientos - se oía cierto ruido metálico, agrio y trepidante, que venía del campo enemigo; se calculó la construcción de trincheras; pero provenía de la carretilla con que eran transportados los cadáveres a la plaza Libertad.  Su número, que nunca se precisó, fue calculado en 150, proporción – sobre el número de más de 300  heridos - sólo explicable por el fuego de la artillería, casi a boca de jarro”.  “Allí cerca, yacía abandonada, la carretilla transportadora, cargada todavía de cuerpos con rigideces trágicas”.  Al pie de la estatua de Alsina, una gran pila cubierta con lonas se encontraban los cadáveres estibados”. 
El día 28, el doctor Aristóbulo del Valle solicitaba, en nombre de la junta revolucionaria, un armisticio de 24 horas, con el objeto de enterrar a los muertos y curar a los heridos.
Pocas fueron las casas de comercio que se instalaron en las cuatro cuadras de esta plaza: la botica que ocupaba el lugar de la vieja zapatería de Paraguay y Libertad (esquina sudeste), y el Café sobre la del noroeste; el almacén de Charcas y Cerrito (ángulo sudeste) y la casa de Biagini Hnos, de Paraguay 1126, el cinematógrafo Petit-Splendid de Libertad 976, en cuyo solar, allá por 1818 tenía su cuartel el Regimiento de Caballería Nacional; y la Confitería Lyon, que solían colmar los concurrentes al cine.  Hasta muy entrada la primera década del siglo XX, la plaza, excepto por los niños con sus niñeras, no se vio nunca invadido por numerosas concurrencias, como las que allí se encontrarían tiempos después.  Y tres fueron los factores que contribuyeron a tales efectos: la iglesia de las Victorias, cuya arquitectura realizara el R. P. Tanou, y que fuera bendecida el 20 de abril de 1884, estableciéndose en ella el culto a la virgen del Perpetuo Socorro; la desaparecida confitería “La París”, que fundara en 1895 el turinés Pedro Vercesi, y el teatro Coliseo Argentino, que se levantaba casi en el mismo punto donde ahora vemos la sala llamada Coliseo.  La confitería, que por un largo tiempo supo gozar del favor de la sociedad porteña, obligado punto de cita a la hora vespertina, se había constituido a la vez en el lugar preferido por los asistentes al teatro Colón, primero, y el Coliseo Argentino después.
Este último, inaugurado el 6 de agosto de 1905, y en el que ya había trabajado el célebre Frank Brown, de una arquitectura atrayente.  Obra debida al arquitecto Carlos Nordmann, “tuvo en un primer momento un camino de circunvalación de 2,5 metros, que lo separaba de las casas vecinas; caracterizándose por su excelente acústica, hasta el punto de considerarse – como nos lo hiciera saber el señor Miguel Fautrier Gordillo - el único que en nuestra capital reúne esas condiciones”.  Tenía capacidad para 2.550 espectadores.  ¡Por cierto que era el orgullo de la Plaza Libertad!  Y memórese, en  homenaje de su recuerdo, que la primera vez en el mundo que se transmitía una ópera completa por obra de la radiofonía, lo fue desde este teatro, la noche del 27 de agosto de 1920.  La ópera se llamaba “Parsifal”, y quienes posibilitaron esta proeza fueron los doctores Enrique Telémaco Susini, Miguel F. Mugica, César José Guerrico y Luis F. Romero.
En verdad, debemos recordarlo, ésta no es una plaza para todos; tenía un cierto aire de distinción, de estampa decorosa con matices de notoriedad.  En ella, el populacho sentíase incómodo, mudo de palabrotas, contenido en lo censurable y torpe del ademán.  En ella no se volcaban las muchedumbres enronquecidas, empenachadas de reclamos, duras de protestas.  Era como un remanso donde la quietud y la serenidad se templaban admirablemente.  Era, en fin, la plaza con don de gente, la de los días en que la innata decencia se lucía como la palabra noble, a centímetros de la flor en el ojal.  Evocamos ahora su figura espléndida, levantada sobre la simetría floral de sus cuatro bandejas policromadas; y pensamos en la calidad y el prestigio de quienes eran sus vecinos de excepción, sus familias de respetables patronímicos; sus enamorados, devotos de Santa Cecilia, cuya casa de la Wagneriana estaba en Paraguay 1114.  Y se nos ocurre que las sombras de varones y mujeres eminentes han de aparecerse en esta plaza que fuera escenario del transitar diario del político e historiador Estanislao S. Zeballos, quien tenía su palacio al lado de la confitería “La París” (3), en la calle Libertad, donde también, en la finca Nº 1042, se había domiciliado el médico y poeta Ricardo Gutiérrez; la del general Lucio V. Mansilla, que en 1892 mandara construir su residencia en Charcas 1067; la del señor enamorado de los astros, Martín Gil, que solía frecuentarla por las noches, avecindado a ella, pues vivía en Libertad 741; y las de los esposos Manuel Guerrico y Mercedes Aguirre, cuya mansión estaba ubicada Charcas 1055, edificada en 1889.
Hoy diría que es una plaza que aún conserva restos de aquel pasado tan particular. Poca es la gente que se detiene a disfrutar de sus verdes o sus canteros aun muy bien cuidados. Digamos que es casi un lugar de paso.
Debajo de ella se construyó una amplia playa de estacionamiento que hace que la vida pase un poco más y el teatro Coliseo y el teatro El globo le dan algo de más movimiento, en general los fines de semana. Lamentablemente la plaza, rodeada de rejas como la mayoría de las plazas de Buenos Aires, se cierra al público a cierta hora de la noche, y a la salida del teatro se encuentra dormida, acunando los fantasmas y las historias de otros tiempos. La confitería París, que aún persiste cierra sus puertas y no hay nada en las cercanías que permitan estirar la noche en el comentario o un café compartido. Apenas una pequeña luz indica la única entrada para la playa de estacionamiento que, insólitamente, funciona las 24 hs.
Duerme su sueño de antaño. El silencio la cubre. La noche se hace dueña de sus secretos.
Cerca, muy cerca están la Facultad de Medicina y la de Economía, pero frente a ambas se extiende otra plaza, también con mucha historia, una historia más reciente pero que, a veces por eso mismo, cuando a uno le toca pasar por ella, le duele, muy profundamente, y piensa si todo es justo, si el progreso debe atropellar la vida de aquellas cosas que alguna vez amamos y recordamos.

Ya se lo contaré en otra oportunidad.

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