El niño se internó en el bosque. Era un camino que solía
tomar con frecuencia ya que acortaba su recorrido, a pesar de que varias veces
le habían advertido que no lo hiciera.
Pero ese día estaba feliz y se entretuvo corriendo detrás de
algunas mariposas multicolores. Mojó sus pies en el riacho que atravesaba la
región. Saltó de piedra en piedra y hasta un pececillo le hizo compañía durante
un buen tiempo.
Cuando se dispuso a volver se dio cuenta que se le había
hecho muy tarde. Caminó lo más rápido que pudo pero el camino comenzó a
desaparecer cubierto por las sombras.
Comprendió que no tenía otra alternativa que buscar un
refugio y esperar que llegara el nuevo día.
Vio un viejo árbol. En su grueso tronco una cavidad le daría
la guarida necesaria.
Se acomodó como pudo y se cubrió con la chaqueta. Sabía que a
la noche la temperatura bajaba marcadamente.
La noche se hizo dueña de cada uno de los espacios y el
bosque calló sus ruidos. Un silencio salpicado por el crakeo de las lechuzas o
el canto de los grillos.
El niño se hizo lo más pequeño que pudo. Se apretó contra el
tronco que pareció abrazarlo. Giraba su cabeza con cada sonido que escuchaba.
Un aleteo entre las ramas lo sobresaltó.
Intentó dormir, pero no podía.
De pronto, de lo más profundo del bosque una sombra negra se
fue extendiendo ocupándolo todo. Unos ojos brillantes, siniestros, se movieron
serpenteantes, hasta llegar al hueco donde el chicuelo se refugiaba.
Una carcajada grotesca se desparramó por el bosque. Algunas aves
volaron y los grillos cesaron su música bruscamente.
-
¿Qui.. quien eres? – preguntó el muchacho.
-
Soy ODEIM… -
-
¿O… Odeim?… -
-
El señor de todos estos bosques, dios de la
oscuridad, maestro de las aves y los insectos – y continuó - ¿Qué haces en mi
reino? –
El pequeño trataba de verlo pero se movía constantemente y
su figura se tornaba borrosa.
-
Me distraje y me atrapó la noche… estoy
volviendo a casa –
-
¿Y piensas que podrás? ¿Qué te permitiré salir
de mi reino? –
El niño sacudió su cabeza como negando y al moverla golpeó
contra un reborde del árbol. Eso terminó por despertarlo.
Y entonces vio que los primeros haces de luz penetraban
entre las hojas amarillas de los árboles.
Volvió a ver el camino y reconoció el sonido del río.
Fue allí cuando se paró y, haciendo bocina con sus manos,
grito a todo pulmón.
-
¡No existes Odeim! No eres otra cosa más que un
monstruo de mi imaginación, de mis temores… ¿Y sabes que? Ya no te tengo miedo –
Y como si hubiera pronunciado una palabra mágica el sol se
abrió paso iluminando las flores del camino, que se desplegaban al vuelo de las
abejas y las mariposas.
El joven había aprendido algo nuevo que le iba a servir para
toda la vida. Nunca más volvió a tener miedo. El señor de las tinieblas solo
existe dentro de uno y cuando lo descubres puedes vencerlo con facilidad.
Volvió feliz a su casa, pero nunca contó lo que le había
sucedido.
Era una experiencia que le pertenecía y se sentía orgulloso
de haberla superado.
Pero, por las dudas, nunca más se le volvió a hacer tarde cuando
tuvo que cruzar el bosque.
Alberto Colonna
PACO2014
Nota; Si pones ODEIM frente a un espejo y lo lees conocerás el verdadero nombre del rey de las tinieblas.
Buena buena buena... Reflexión, cuento...cono lo quieras tratar. Muy acertado en el planteamiento ese tema de los miedos interiores de cada uno. Me lo llevo kompa, un abrazo y feliz semana. :)
ResponderBorrarGracias Mikel. Es un honor que te lo lleves. Me pone muy feliz que te haya gustado. Un abrazo grande.
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