Respiró profundamente y se dispuso a seguir con los pasos
correspondientes.
Atravesó la puerta que quedó hamacándose, yendo y viniendo,
y fue a tomar un café en la sala vecina.
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Entró al cajero y colocó su tarjeta. Presionó los botones
marcando la clave y realizó la transacción. En realidad intentó realizarla
porque aparecieron unas letras grandes y blancas que rezaban: “lo siento, no
hay dinero disponible”.
Insultó por lo bajo y se dirigió al interior del banco.
Buscó los números para clientes y tomo uno. Miró en el cartel: 135, él tenía el
172. Se sentó y esperó pacientemente. Luego de cuarenta y cinco minutos apenas
le faltaban diez números. Finalmente le correspondió su turno. – Lo siento
señor, si tiene tarjeta debe cobrar por el cajero - - Pero el cajero no tiene
dinero - - Lo entiendo pero no hay otra solución – y el empleado del banco
llamó al siguiente turno sin prestarle más atención.
Se fue sin entender nada. Era su sueldo. No se lo podían
negar. De hecho su patrón había hecho el depósito, pero por una simple
disposición y la falta de preocupación de algún funcionario, no podía disponer
de lo que era suyo.
Recordó que muy cerca, a una cuadra y media, había otro
banco que operaba con la misma red. Fue presuroso. Había dos cajeros. Uno
externo y otro dentro de la institución. Se dirigió al que estaba dentro. – Lo
siento señor, este cajero es solamente para los clientes – Le explicó el
guardia de seguridad del banco - ¿Puedo ir al de afuera? - - No funciona –
exclamo y se alejó antes que le pudiera hacer cualquier otra pregunta.
Subió al auto desorientado. No estaba seguro qué podía
hacer. Hoy tenía varios vencimientos pero tendría que pasarlos para la segunda
fecha, claro más caro, pero no le queda otro remedio. No había andado treinta
metros y un agente de tránsito le hace señas para que se detenga y estacione
entre los conos. Un control de rutina. Trató de armarse de paciencia y esperó.
– Buenos días señor… ¿Me permite los documentos? – Le alcanzó el registro, la
cédula verde y la última patente – Necesito el comprobante de la verificación
técnica - - Ehhhh… No… no la tengo…. Fíjese que está roto el espejo lateral… me
lo rompió una moto… y no puedo conseguir el repuesto…por las trabas en la
importación, y si no lo repongo no me aprueban – El agente, desde su casco pone
cara de serio y le dispara – Es una falta grave… ¿Sabe que la multa por esto va
de los $ 600 a $1400 ¿No? – Le falta hacer un guiño. Es fácil de comprender.
Mete la mano en el bolsillo, saca uno de los pocos de 100 que le quedan y
disimuladamente se lo pasa cuando el policía le devuelve el resto de los
documentos – Gracias, oficial… es un problema – El hombre se corre y con
autoridad hace frenar al tránsito para que él pueda salir. Necesita el espacio
para enganchar a algún otro.
Se va insultando por lo bajo. El tránsito endemoniado lo
obliga a concentrarse. De cualquier manera nota que está en la autopista en el
máximo de la velocidad permitida y tiene un vehículo de alto porte pegado a su
paragolpes trasero. El tipo de atrás le prende y le apaga las luces. No sabe si
correrse y cederle el paso o esperar a que lo pase por la derecha. Pone la luz
de giro para cambiar de carril. Los que conducen paralelo a él, al ver la luz
aceleran y le ocluyen toda posibilidad de hacer el cambio. Se apuran y le
cierran el camino. Espera con el otro casi empujándolo. Ve un hueco y se desvía
para dejarle libre la vía, una moto de alta cilindrada, pasa a centímetros,
rebasándolo por la derecha. Casi, casi. El de la moto, que viene como si fuera
un corredor, se endereza y lo insulta. Finalmente consigue correrse y el
monstruo pica con soberbia. Él le hace un fuck you que el otro no alcanzó a
ver. Llega al peaje y con sumo cuidado se va corriendo nuevamente al carril de
la izquierda. Tiene el sensor que le permite el paso directo y es la única vía
habilitada. Nuevamente todos le cierran el camino. Finalmente consigue su
objetivo. La barrera se levanta, obediente, y pasa sin inconvenientes, por el
espejo ve que un motociclista se ha pegado a su paragolpes trasero y pasa junto
con él. Evitó tener que pagar. Nadie dice nada.
Llega a su trabajo,
hace la señal correspondiente y se dispone a entrar en el estacionamiento. Oh,
sorpresa, hay un auto estacionado en la entrada. ¡Dios! Todo los días lo mismo.
Algunos que pasan a su lado lo insultan porque está obstruyendo el tránsito.
Retrocede y estaciona junto al cordón de la vereda. Ahora tendrá que ver donde
se metió el idiota que estacionó donde no debía. – Hola jefe… le cuido el auto,
le cuido – aparece un “trapito”. “Trapito” es el nombre que se le da a un grupo
de muchachotes que se paran en distintas cuadras y ofrecen cuidar el auto a
cambio de unos pesos. Si no le das nada misteriosamente el vehículo aparece
rayado. – Esperá que tengo que estacionar adentro… ese bolu me tapó la entrada…
¿Tenés idea a dónde fue? – Está adentro trajo a una vieja que no se podía mover
- - Que lo parió… siempre lo mismo –
Cruzó la calle esquivando los autos que aceleraban
amontonándose en una hilera interminable y se dirigió a mesa de entrada. – ¡Rosa!
– llamó a una de las recepcionistas – Si, mi amor - - Te fijás quien carajo
dejó el auto mal estacionado… tengo que
entrar – - Enseguida cariño –
Volvió a su vehículo y esperó. Después de un tiempo, más
largo que lo conveniente, apareció un hombre que con ademanes bruscos subió al
auto y con toda parsimonia se dispuso a moverlo. Le iba a decir algo pero desistió.
Era algo tan frecuente que no valía la pena. Por otro lado seguro no le iban a
pedir disculpas sino que, muy por el contrario, iba a tener una discusión.
Entró al estacionamiento y buscó donde dejarlo. Hizo
malabarismos porque el único lugar vacío estaba semi tapado por alguien que
había ocupado más de una cochera. Le quedaba el espacio justito. Por supuesto
tuvo que bajar por la puerta opuesta porque la de su lado golpeaba con la del
vecino.
Fue directo al vestuario. Saludó de pasada sin recibir respuesta.
Y buscó la ropa para cambiarse. Había un pandemoniun de pantalones y casacas.
Alguien había estado buscando antes que él. Por fin consiguió un pantalón que
más o menos podía irle y una casaca acorde. Cuando fue a atar la cinta del
pantalón estaba rota. – La gran puta… - busca una tela adhesiva y lo sujeta lo
mejor que puede. La casaca le queda medio ajustada pero no importa.
Se sienta, busca entre la pila de botas descartables que han
sido lavadas para reutilizarlas. Elije un par. Una tiene un agujero en la
planta, pero, total no se ve. Busca un gorro. Barbijo, barbijo ¿Dónde corno
están los barbijos? Finalmente encuentra uno. Se lo coloca. Como se le empañan
los anteojos lo corre y deja la nariz afuera.
-
Buen día, buen día… ¿Qué tenemos hoy? –
-
Una vieja de m…. con más años que Matusalén… no
sé para qué carajos la traen –
-
Dale, metele que estoy apurado, ya tengo como
cuarenta esperando en consultorio externo –
Se sienta lee el diario mientras espera que le avise el
anestesista. Lo llaman. Se dirige hacia el quirófano. Las puertas se abren y se
cierran en un vaivén rítmico.
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Terminó de tomar su café y se dirigió a la puerta que daba a
la sala de espera. Se asomó y con la mejor cara que podía poner llamó con vos
ronca y pausada. – ¡Familiar de la señora Altúvez! – Una mujer se levantó con
la angustia pintada en su rostro.
-
Lo siento mucho… no toleró la anestesia… tenía
demasiada edad… pero ustedes ya sabían que era riesgoso… Lo siento… -
La mujer estalló en un llanto contenido. Un hombre se acercó
y la abrazó consolándola.
-
Se hizo lo que se pudo ¿me comprende? –
-
Si…si… Gracias doctor… -
Cerró la puerta. Volvió al vestuario. Se quitó la ropa que
arrojó en un rincón y cansinamente se fue por una puerta lateral a los
consultorios donde se agolpaban una cantidad incontable de pacientes. En el camino
se cruzó con un visitador médico. – Hola Doc… tenemos un producto nuevo…- -
Bueno, después me lo presentás, ahora tengo un bolonqui espantoso - - Genial…
Ah, no se olvide… el domingo tenemos partido ¿Eh? Visitadores contra médicos…
le vamos a hacer cinco… ja, ja, ja - - Ya vamos a ver… ¡Che! ¿Quién hace el
asado? - - El gordo Giménez, el anestesista - - Buenísimo… Yo llevo un vinito
que me regaló un paciente… -
Entro al consultorio. Se colocó un guardapolvo que estaba esperandolo en el perchero. Se colgó el estetoscopio alrededor del cuello, abrió
la puerta y con su mejor sonrisa exclamó:
Muy estresante Alberto, aunque parezca que es rutina. Lo que más me llama la atención es que el Doctor, ha de reponerse ante las adversidades que le van surgiendo, sí o sí. El día a día le tira hacia adelante, pero insisto en que parece muy estresante. Un saludo!!
ResponderBorrarGracias Sonia. Es cierto es tremendamente estresante y lo más grave es que, si bien he inventado esta historia, no escapa a la realidad. cada una de las cosas que he puesto en la historia son reales, al menos en nuestro país. Muchas, incluso, son experiencias que me han tocado vivir como profesional. La idea es que de una higuera no podemos obtener rosas. todos formamos parte de un todo del que nadie escapa y el a mi no me va a pasar solo se lo creen los que no piensan. Vivimos una vida estresante y morimos por ese mismo estrés que entre todos provocamos. Por privado te voy a enviar el nombre de un fotógrafo de quien vi una muestra hace unos días y que sería muy bueno para tu galería. Gracias nuevamente.
BorrarJamás dejas de sorprenderme gratamente con la calidad de tus escritos y ese mensaje siempre dejándote pensando y reflexionando sobre las cosas de la vida
ResponderBorrarAsí vivimos en Buenos Aires. Cada cosa que cuento es real. No como yo lo relato. Es un cuento inventado por mi. pero las situaciones, las cosas que ocurren son de todos los días. Por eso querido sobrino es que tratamos de tomar las cosas con mucha filosofía y sumo cuidado. todo funciona mal y si lo empeoramos no vamos a obtener una buena respuesta, todo lo contrario. Un abrazo queridísimo Gerard y gracias por dejar tu comentario.
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