Hace muy poco me vi en el
compromiso de concurrir a una reunión donde se suponía que iba a hacerse una
charla sobre arte. Quien la organizaba enseña pintura y la reunión era en su
atelier.
Los que nos conocen saben que
nuestra vida ha transcurrido alimentada por el arte. En mi caso, desde muy
pequeño pude codearme con figuras importantes del arte argentino, en distintas
ramas de él y no solo en lo referente al arte plástico. Mi padre era un pintor
de una técnica exquisita pero no solo era un gran pintor sino que además era
titiritero, escenógrafo y hasta maquetista. Y, sobre todas las cosas, un lector
empedernido, fundamentalmente de los libros de arte. Y yo me hice en ese
ambiente. He conocido a artistas como Mariette Lidis, Quinquela Martín, Javier Villafañe, José Pepe Ruiz, los hermanos
Di Mauro. Sara Bianchi y Mané Bernardo, Abelardo Castillo, al maestro Carlos
Giuffra y tantos otros. He recorrido el Museo del Prado, el Louvre, con su sala
de los impresionistas, el Rijksmuseum, con la Ronda Nocturna o los maravillosos
pintores flamencos (Veermer, Hall, etc.), el museo de Van Gogh, el entierro del Conde Orgaz, de el Greco en
Toledo, todos los museos de pinturas y esculturas de Florencia y “casi” todos los de Venecia, las imponentes
estatuas de Bernini en Roma, la Capilla Sixtina y las obras de Rafael en los
museos del Vaticano. He estado frente a la Venus de Milo, la Victoria de
Samotracia, la Balsa de la medusa y la mismísima Gioconda. Y ahora que
disponemos de más tiempo hemos visto cientos de muestras de mayor o menor
renombre, visitamos con frecuencia el Centro Cultural Borges, el Centro
Cultural Recoleta, el Museo nacional de Bellas Artes, el Palais de Glace, la
Colección Fortabat y el Museo Malba.
He intervenido en concursos de
pintura y hasta he ganado premios (segundo y tercero) pero tengo los pies sobre
la tierra y no me considero pintor, reconozco mis tremendas limitaciones para poder
expresarme. He obtenido dos premios en fotografía y con mi esposa nos movemos
con cámaras fotográficas en forma permanente desde hace más de cincuenta años.
En los últimos tiempos de mi
padre, cuando una invalidante enfermedad lo tenía postrado, prácticamente
nuestra conversaciones giraban en torno a la pintura, a las muestras que
habíamos visto (siempre le llevábamos un catálogo para él) y sus regalos de
cumpleaños normalmente eran libros de pintura de las más variadas escuelas.
Todo este aburrido preámbulo es
simplemente para dejar bien sentado que no somos paracaidistas del arte, sino
personas que, consustanciadas con este medio, tenemos un conocimiento del tema,
en muchas circunstancias, mucho más amplio que muchos, lo que nos permite
disponer de una mirada crítica válida, sostenida en una experiencia que. como han
podido leer. viene de la observación, del aprendizaje y de las vivencias que
llevamos en nuestra mochila, que no está vacía.
Vuelvo al inicio y cuento que
esta era una charla posterior a una muestra que, la supuesta profesora, había
montado con una respuesta sorprendente de expositores, pero que, honestamente,
la gran mayoría era de muy baja calidad. Había dos cuadros que se distinguían
de los demás por la magnífica capacidad de su autora, y que concentraba la
atención del público que concurría a la muestra.
Cuando me presentan a los concurrentes
conozco a la pintora y, sin pensarlo, comienzo a alabarle la maravillosa
pintura que había realizado. No me di cuenta que mis expresiones iban en
detrimento de los otras personas presentes, que desgraciadamente, para ellas,
su ego no les permitía comprender que no tenían la capacidad para auto
proclamarse artistas plásticos. Un término que les quedaba demasiado grande.
Pero lo más grave fue que a la organizadora no le gustó para nada nuestra
opinión. En realidad, (después lo deduje) todas las demás habían sido
discípulas de ella. La única diferente, que si era profesora de arte, era la
artista mencionada anteriormente. El caso fue que, con una actitud totalmente
reñida con lo que corresponde a su conveniencia como docente, desacreditó la
obra de la única pintora presente y pretendió darle la voz a las que habían
sido sus alumnas. El problema fue que, aun con la prudencia adecuada, nuestra
opinión no pudo ser opacada. Sin saber quiénes éramos, (creyó que apenas éramos
los padres del nene que recién comenzaba) tuvo que soportar nuestra opinión
sobre el arte y los planteamientos que descaradamente hicimos, procurando no
ofender a nadie, pero defendiendo nuestra postura que, casualmente, coincidía
con la pintora que nombré anteriormente. Y esta historia terminó con un papelón
espantoso de una de las creídas pintoras cuando, después de mencionar el
calamitoso premio adquisición de Chandón en la muestra de ArteBA, pero que
nadie había visto, excepto nosotros (Que además habíamos estado conversando con
la autora) llegamos a la conclusión que hay obras que simplemente son una falta
de respeto para el público.
Y es en ese momento cuando esta
mujer se para y muestra sus bastidores enchastrados por brochazos de distintos
colores que ni siquiera eran armónicos, y en uno de ellos nos cuenta que sintió
la necesidad de agregarle algo y le había pegado un apelotonamiento de gasa
que, sinceramente, daba hasta cierta sensación desagradable, uno no sabía que
decir porque, sin el menor lugar a dudas, era idéntico a lo que se acababa de
criticar. Todos quedaron callados y veíamos a esta persona autoalabarse y
tratar de explicar lo inexplicable en una actitud “felliniana”, que lindaba con
lo absurdo.
Fue tan evidente todo que la
“profe” optó por despedirnos discretamente, y se quedó con su gente, auto
alimentándose, haciéndoles creer que eran grandes artistas, cosa que las otras
aceptaban con complacencia, aunque creo que les debe haber quedado un leve
sabor amargo.
Voy a ser sincero. Me molestó
mucho y, la impotencia de no poder decir todo lo que pensaba por una simple
cuestión de educación, me dejó con una desasosiego interno que es lo que me
lleva a escribir este post. Creo que hay que dejar bien sentado que en
cualquier profesión lo más importante es el respeto. El respeto por el colega,
por el público, por los críticos que hacen su trabajo con honestidad (Sabemos
que hay muchos que no son más que empleados y están obligados por las
circunstancias) y, fundamentalmente, el respeto por uno mismo. Cuando uno se
mira en el espejo es importantísimo que vea lo que el cristal le devuelve. Malo
es que la gente vea aquello que quiere ver. Ese engaño, esa jugarreta del
inconsciente, es algo que a veces permite que un individuo se desarrolle pero,
en la mayoría de las ocasiones, produce el efecto contrario, impide su
progreso, su aprendizaje, y cree que cuando es descartado por inservible lo
están haciendo por envidia.
Todos sabemos que cuando vemos un
cuadro (Y no voy a caer en nombrar las obras de los pintores más reconocidos,
sino que voy a tomar tres artistas actuales, jóvenes, que me vienen en este
momento a la memoria, hay muchos más) Decía un cuadro de José Higueras, Paula
Grazzini o J. Bruno, es absolutamente lógico que uno se compare y comprenda
cuánto le falta, y se diga: ¡Cómo me gustaría pintar así! Y allí es donde se
inicia el proceso de crecimiento del artista. Podrá llegar o no. no importa. Se
expresará con lo mejor que tenga, pero será honesto consigo mismo, y eso se
habrá de notar en su pintura. Aprenderá a admirar a aquellos que son grandes en
serio y mostrará los suyo con la humildad que solo consiguen los que tienen el
privilegio de compartir y de aprender.
Pero desgraciadamente detrás de
todo esto existe el negocio. El gran negocio de aquellos que con el enorme
despliegue de su poderío consiguen llevar a alguien hacia las alturas más
increíbles, y uno se pregunta ¿Me estarán burlando? Porque realmente esto es un
adefesio. ¿Cómo es que se ha hecho tan famoso, sus cuadros se venden a precios
exorbitantes, y tiene cuadros en museos de arte importantísimos. Si yo no lo
llevaría ni siquiera a pintar las paredes de mi casa? Y por el otro lado están
los pequeños ruines. Esos que dicen que enseñan a pintar y ellos nunca
aprendieron. Es muy gracioso, conozco a gente que si le pedimos el currículum,
descubriríamos que se han inventado. Y esos son dañinos, muy dañinos, porque no
solo engañan a sus supuestos alumnos, sino que además, los deforman. Y como
todo esto es muy evidente, se encierran en una capsula a la que no permiten la
llegada de nadie ajeno que pueda poner en evidencia el engaño atroz que están cometiendo.
Y con esto voy terminando. Hemos
recorrido un largo camino. Sabemos que no es nuestro tiempo. No pretendemos competir
con nadie porque entendemos que no nos corresponde, solo buscamos divertirnos
aprendiendo y compartiendo. Pero lo que debe quedar bien en claro es que no
compramos buzones. Si a veces no decimos nada y cerramos nuestras bocas, es
sólo por educación y porque no ganamos nada con ofender o desacreditar a
cualquiera. Pero que no intenten hacernos pasar gato por liebre. Llevamos mucho
tiempo degustando el arte para que nos hagan el cuento del rey desnudo. Y por
otra parte, ya hemos perdido la vergüenza natural de los jóvenes, hemos dejado
atrás las inhibiciones y si tenemos que plantear nuestras ideas lo vamos a
hacer sin dudarlo y fundamentándolas de manera que si alguien puede revertirlas
se lo agradeceremos, porque será alguien que sabe más que nosotros y puede
enseñarnos algo de lo mucho que, naturalmente, nos falta por conocer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario