Tomó el arma y la apoyó sobre la sien derecha. La apretó con
fuerza y sin hesitar apretó el gatillo.
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El hombre era un tipo feliz. Le encantaba caminar por los
parques de la ciudad, sentarse en un banco de la plaza a leer algún libro que
siempre llevaba consigo, mientras escuchaba la algarabía que hacían los niños
jugando en las hamacas o en los areneros.
Por las tardes se sentaba en algunos de los muchos bares que
había por la zona, y sin apuro alguno bebía un cortado, mientras se distraía
viendo pasar a la gente que presurosa se movía de un lado a otro.
Algunas veces entraba en el viejo cine, que aún perduraba y
donde solían dar viejas películas que él amaba y disfrutaba a pleno.
Pero él sabía que esa felicidad no sería, de ninguna manera
duradera. Comprendía que más tarde o más temprano todo aquello iba a
desaparecer. Y él no quería retirarse derrotado. Quería retirarse invicto como
esos campeones que tanto admiraba.
Ese día se levantó temprano. Se afeitó prolijamente y se
calzó uno de sus mejores trajes.
Caminó, como de costumbre por uno de los parques y se detuvo
un largo tiempo a contemplar el río. Luego caminó parsimoniosamente por la
diagonal que lo llevaba a la plaza de costumbre. Se sentó debajo del frondoso
árbol donde lo hacía habitualmente y estuvo leyendo el libro que llevaba en el bolsillo
del saco. Justó terminó de leerlo, lo cerro, volvió a guardarlo y se levantó
acomodando sus pantalones.
Cruzó la calle y se sentó en uno de los bares. Pidió como
siempre un cortadito y se extasió contemplando el trajín diario.
Ya estaba anocheciendo cuando regresó a su departamento.
Saludó a una vecina que salía en ese momento y tomo el
ascensor hasta el piso donde vivía.
Entró y sin quitarse el saco, dejó el libro en el hueco que
quedaba libre en su nutrida biblioteca, encendió el televisor y se sentó frente
a el en su sillón predilecto. A un costado, sobre una mesita, lo esperaba una
pistola que había comprado hacía tiempo por una cuestión de seguridad. Nunca la
había usado.
Se la llevó a la sien derecha la apretó con fuerza y sin
hesitar apretó el gatillo.
Realizó una suave contorsión y cayó de lado, con una desconcertante
sonrisa.
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La policía entró reclamada por los vecinos que sintieron el
ruido del impacto.
El hombre continuaba sonriendo, tendido de lado, la sangre
rodeaba su cabeza como si formara una aureola.
Sobre la mesita lateral había una nota que nadie entendió,
simplemente decía:
¡Hip, hip, Hurra!
Una historia desconcertante. No sé pero creo que él se rindió antes de tiempo. No opuso resistencia, prefirió escapar. Pero entiendo sus razones. Un beso Alberto
ResponderBorrarUna historia desconcertante. No sé pero creo que él se rindió antes de tiempo. No opuso resistencia, prefirió escapar. Pero entiendo sus razones. Un beso Alberto
ResponderBorrarFijate que nunca lo hice público. Fue una idea. Un lado de la vida y de la filosofía de la muerte, pero pensé que podía afectar a alguien y preferí guardarlo. Gracias por haberte tomado el trabajo de leerlo y dejar tu opinión. son caricias que muchas veces vienen en el momento justo. Gracias princesa. Besos.
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