EL ANILLO
Recibí una carta dirigida a mi madre. Era extraño ya que
ella había fallecido ocho años atrás. La abrí, intrigado. Provenía de la
administración del Cementerio de Mercedes, desde donde se le informaba que
dentro de sesenta días vencía el usufructo de una bóveda.
Mi madre era oriunda de esa ciudad y hacia allí me dirigí
para ver de qué se trataba. Al presentarme con la documentación que demostraba
que era su hijo y único heredero, me enteré que mi familia materna había tenido
una bóveda desde hacía noventa y nueve años y había que renovar dicho usufructo
po otro tanto o retirar los restos que se encontraban en ella. Pedí verla. Era
muy hermosa, con hermosos detalles de construcción, abandonada, con candado y
cerradura llena de herrumbre. Pregunté por la llaves y, con una sonrisa, el
empleado del cementerio me explicó que las llaves tenía que tenerlas alguien de
la familia, o sea, yo.
Me dirigí a la ciudad a buscar un cerrajero, pero me olvidé
que en el interior la siesta es sagrada.
Volví a casa dispuesta a volver provisto de cerrajero,
cerradura, cadena y candado nuevos.
A la semana siguiente abrimos la puerta. El lugar era pura
mugre. Había seis cajones y ocho urnas, algunas con placas. Volví a cerrar. Le di
un juego de llaves a uno de los cuidadores del cementerio y le tiré unos
cuantos pesos para que limpiara todo; en quince días volvería.
Cuando todo estuvo limpio y en orden, decidí renovar el usufructo.
Dejándola en condiciones era un buen lugar para trasladar los restos de mis
padres y hermano. Comencé a inventariar los difuntos. Entre los que tenían
placas identifiqué a mis abuelos maternos, mi bisabuelo, algún tío de mi madre
y algunos parientes lejanos. Se me presentó un problema: dos cajones vetustos
tenían la escritura borrada por el paso del tiempo. Tomé coraje y los abrí. Uno
tenía una cadena de oro con un grabado que decía “To Alice”. El otro, tenía un anillo, también de oro y con una perla
con la inscripción “With love, Jack” y
un diario escrito en inglés e irlandés con prolija caligrafía. Me puse a buscar
los datos en los libros de la administración, bastante arruinados por la
humedad y las ratas. Encontré a Alice, quien resultó ser una prima de mi abuela
materna. Y además, descubrí que mi abuela materna, había sido enterrada en
algún lugar fuera de la bóveda. ¿Qué hacía el anillo en esos huesos? ¿Quién era?
No encontré nada en los registros.
Llevé el diario a casa y, en mis ratos libres, comencé a
leerlo lentamente, ya que mi inglés no era muy bueno y mi irlandés imposible,
con sendos diccionarios bilingües a mano. Viajé al pasado, a Irlanda, de allí
habían venido mis parientes. Se trataba del diario de Catherine, la amante de
mi bisabuelo, la amante de Jack. La tuberculosis le había ido consumiendo la
vida y, por la última fecha escrita, falleció, allá, en Irlanda, antes que mi
bisabuelo y su familia viniesen aquí. Se veía que la había amado mucho para
traer sus restos y dejarlos junto a los suyos.
Una tarde, devolví el anillo y el diario a su lugar y cerré
la bóveda con la esperanza de sentir, algún día, lo mismo.
Gladys Haydée Delgado. 2013
Ed. Imaginante.
Que maravillosa manera de escribir que tiene nuestra amiga Gladys. Uno de los mejores regalos de estos últimos tiempos ha sido recibir su libro e irlo saboreando lentamente...
ResponderBorrarmuy buen relato
ResponderBorrarA pesar de no compartir el interés por los cementerios si comparto la curiosidad por saber más de mis antepasados, sobre los que conozco poco y en lo que sí estoy de acuerdo con ustedes es en que es un muy buen relato.
ResponderBorrarUn abrazo.
Todas las familias tienen esqueletos en sus armarios, aunque algunos esqueletos son hermosos. Buen relato. Un saludo.
ResponderBorrarUna vuelta al pasado encriptado (en muchos sentidos) contado con sencillez y sin pericias argumentales. Puro placer por la escritura. Enhorabuena a la escritora.
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